La prosperidad del cabildo catedralicio y de los
monasterios hizo de Santiago un centro
artístico puntero. En un primer momento comenzaron a trabajar en el taller de la
Catedral una serie de maestros de obras y arquitectos foráneos, como el madrileño José Vega y Verdugo, el portugués Francisco de Antas, el abulense José Peña de
Toro, el cántabro Melchor de Velasco o el Arquitecto Real Pedro de la
Torre.