En el año 44 fue decapitado en Jerusalén y sus restos fueron trasladados posteriormente a
Galicia en una
barca de
piedra. A raíz de las persecuciones
romanas de los cristianos de Hispania, su tumba fue abandonada en el siglo iii. Siempre según la leyenda, esta tumba fue descubierta en torno al año 814 por el
ermitaño Pelayo (Pelagius) después de ver unas luces extrañas en el
cielo nocturno. El obispo Teodomiro de Iria reconoció este hecho como un milagro e informó al rey Alfonso II de
Asturias; el rey ordenó la construcción de una
capilla en el lugar.