Antealtares fue originariamente
monasterio de monjes bajo la advocación de
San Pedro. Hacia mediados del siglo xii, a lo que parece, acabó por relevar a San Pedro como titular Pelayo, el niño mártir gallego.
Su comunidad formó parte esencial, desde la Alta Edad Media, del núcleo devocional y cultural del “Locus Santi Jacobi” fundado por Alfonso II de
Asturias, el casto en el primer cuarto del siglo ix. Su labor se centró en el cuidado del
Altar del Apóstol, el servicio litúrgico y la atención de los primeros peregrinos. Con la entrega de los monjes de Antealtares, Compostela llegó a ser un gran foco de espiritualidad y de cultura.
En 1499, el reformador Fray Rodrigo de
Valencia, por mandato de los Reyes Católicos, decidió que fuese este monasterio el centro de la reforma de los
monasterios femeninos de la orden en
Galícia, confirmándose la fundación y dotación mediante bulas papales de Inocencio VIII y Alejandro VI y la autoridad del Capítulo General de la Congregación de
Valladolid el día 23 de julio de 1499.
Quinientos años después de tal acontecimiento las Seguidoras del
Santo de Núrsia continúan en Antealtares como única presencia monástica, pero en continuidad, de aquellas otras de la Orden que tuvo la ciudad de Santiago desde sus mismos orígenes a principios del siglo ix.