Quien tenga esta capacidad, posee un gran don, pues la raíz de todos los problemas y el mayor obstáculo que se interpone entre la persona que quiere superarse y el objetivo que pretende alcanzar, es el yo.
Desidentificarse significa no vernos afectados por lo que está ocurriendo, vivir las cosas como si le sucedieran a otro; pues, en cuanto metemos nuestro yo en cualquier interacción personal, en cualquier situación, tenemos que prepararnos para sufrir.
Vivir desidentificados es vivir sin apegos, desconectados del ego, que es el que genera egoísmo, deseo y celos. Por su causa, llegan a nuestra vida todos los conflictos.
Otra de las cosas que nos causa conflictos es creer que estamos en posesión de la verdad. Cada religión cree tener el monopolio la verdad, ser la única, la exclusiva.
Lo que sucede es que les causa temor reconocer que hay algo de verdad en cada una y en todas ellas.
Si viviéramos desidentificados de nuestras creencias, no nos preocuparíamos por lo que tengan de acertado o por las grandes fallas que contengan.
Las creencias pueden cambiar. Lo esencial es que descubramos lo que hay dentro de nosotros, pues eso es lo que nos impulsa a buscarla verdad; porque, en última estancia, la verdad es de todos.
Necesitamos despertar. Y despertar significa que tenemos que darnos cuenta de que no somos lo que creemos ser. Esto es: necesitamos desidentificarnos.
Y, ¿cómo se consigue esto?
Pues reflexionando sobre quién es el responsable de nuestras tribulaciones, ¿la forma en que estamos programados o todo lo que es exterior a nosotros
Cuando uno se aflige, lo primero que se nos ocurre hacer es cambiar lo que hay en nuestro entorno para que se ajuste a nuestra programación, pues creemos que eso solucionará nuestros problemas.
Y como los conflictos siguen atosigándonos, la frustración viene a sumarse a nuestra aflicción y el problema no sólo no se resuelve, sino que se agranda.
Si el problema viene de la manera como programamos nuestra vida, las cosas no van a mejorar si sólo cambiamos el exterior o esperamos que cambien los demás.
Lo que tenemos que hacer es desprogramarnos. Configurar nuestra vida de acuerdo con otros criterios o, por lo menos, tratar de detectar con claridad de dónde vienen los problemas.
Cuando te deshagas de tus alucinaciones, te darás cuenta de que la felicidad siempre estuvo en ti. Fue cuando se metieron los miedos, los deseos, los mecanismos de defensa, cuando la felicidad se fue ahogando.
Darnos cuenta de esto es dar un gran paso.
Se la pasa uno defendiéndose de lo que creemos que nos está atacando.
En ese estado, lo que creemos que es amor es sólo egoísmo, afecto a nuestro ego, interés propio.
Nos sentimos tan mal y nos acosan tantos miedos, que sólo nos mirarnos a nosotros mismos, nos vigilamos con recelo porque, en verdad, tampoco nos amamos.
Como no queremos sufrir, entonces comerciamos con lo que llamamos amor.
El día que seamos capaces de ver las cosas como son y de llamar a los objetos y a los fenómenos por su propio nombre, ese día comenzaremos a ver con cierta claridad.
No es que las acciones sean malas o sean buenas, todo depende de la madurez y de la cordura del que las realiza y del criterio de quien las observa.
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