Por medio de la presente, pongo en conocimiento del zascandil de este foro que el origen de mi carrera militar fue el siguiente:
En el año 1.975 había también un "trangalleiro" como éste en el pueblo de Pentes. No hacía más que quitarme el agua de mis prados cuando cortrespondía a mi casa. Se me escondía detrás de un roble, y luego no paraba de burlarse de mí a todas horas.
Intenté sobornar al capador para castrar en los prados a semejante cabrito, pero el hombre era muy honesto, y no quiso aceptar mi proposición.
Entonces lo cogí yo mismo una tarde en el propio cobradero del agua y le propiné una considerable "malleira", que se decía entonces. Como después no se tenía en pie, lo levanté contra el tronco del roble que le había seervido de escondite tantas veces y, para que no se cayera, lo dejé clavado por las orejas con unas puntas de acanteadar que llevaba en mi pelliza, utilizando el ojo de la azada como martillo certero. También le arranqué sus miserables prendas de vestir, quedando sus vergüenzas expuestas al avispero que había al lado del roble. Fueron las avispas las que suplieron los servicios del honesto capador.
Cuando la guardia civil fue a buscarme a casa, yo ya estaba en África, alistado a la Legión.
La Legión hizo de mí un hombre respetable, de provecho y de carrera militar.
No me importaría organizar la defensa del osito ése de peluche con el que viene jugando este zascandil.
En el año 1.975 había también un "trangalleiro" como éste en el pueblo de Pentes. No hacía más que quitarme el agua de mis prados cuando cortrespondía a mi casa. Se me escondía detrás de un roble, y luego no paraba de burlarse de mí a todas horas.
Intenté sobornar al capador para castrar en los prados a semejante cabrito, pero el hombre era muy honesto, y no quiso aceptar mi proposición.
Entonces lo cogí yo mismo una tarde en el propio cobradero del agua y le propiné una considerable "malleira", que se decía entonces. Como después no se tenía en pie, lo levanté contra el tronco del roble que le había seervido de escondite tantas veces y, para que no se cayera, lo dejé clavado por las orejas con unas puntas de acanteadar que llevaba en mi pelliza, utilizando el ojo de la azada como martillo certero. También le arranqué sus miserables prendas de vestir, quedando sus vergüenzas expuestas al avispero que había al lado del roble. Fueron las avispas las que suplieron los servicios del honesto capador.
Cuando la guardia civil fue a buscarme a casa, yo ya estaba en África, alistado a la Legión.
La Legión hizo de mí un hombre respetable, de provecho y de carrera militar.
No me importaría organizar la defensa del osito ése de peluche con el que viene jugando este zascandil.