Cuenta la leyenda que en el lugar portugués de Barcelos fue acusado un peregrino del delito de robo, por lo que iban a pasarlo por la horca.
El peregrino pidió clemencia al juez, mientras éste estaba saboreando con fruición un gallo recién cocinado.
Sin dejar de tragar tajadas, el juez le negó la clemencia.
Entonces el peregrino vaticinó que, ante la injusticia que se iba a cometer, aquel gallo tan bien saboreado cantaría.
¡Y vaya si cantó! O por lo menos, eso dice la leyenda...
Muerto, desplumado, bien cocinado y magistralmente devorado por el juez, el gallo cantó desde las profundidades de aquel aparato digestivo, y entonces el juez reconoció su error.
Salvado el inculpado, el mismo esculpió un gallo en un cruceiro. Esta parte de la historia es la más real, ya que tal cruceiro existe.
El caso es que ese gallo es conocido en todo el mundo como el Gallo de Barcelos, y es muy fácil de encontrar en cualquier tienda de souvenirs en Portugal.
Señor O Galo Desplumado, si no lo tiene todavía, cómprese uno, y siga usted tan feliz como hasta la fecha.
Una cordial palmada en la espalda.
El peregrino pidió clemencia al juez, mientras éste estaba saboreando con fruición un gallo recién cocinado.
Sin dejar de tragar tajadas, el juez le negó la clemencia.
Entonces el peregrino vaticinó que, ante la injusticia que se iba a cometer, aquel gallo tan bien saboreado cantaría.
¡Y vaya si cantó! O por lo menos, eso dice la leyenda...
Muerto, desplumado, bien cocinado y magistralmente devorado por el juez, el gallo cantó desde las profundidades de aquel aparato digestivo, y entonces el juez reconoció su error.
Salvado el inculpado, el mismo esculpió un gallo en un cruceiro. Esta parte de la historia es la más real, ya que tal cruceiro existe.
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