Romerales tiene un cuaderno secreto. Muchas noches se levanta de madrugada, y se pasa horas escribiendo con una vieja estilográfica.
Ayer he podido echarle una ojeada, mientras él se quedó dormido en el sofá:
"... Conviene ahora decir que Pitita era bonita, y que lo habría sido más si su natural belleza hubiera tenido el adorno de las carnes lozanas, que por sí solas decoran y visten una figura de mujer. ¡Lástima que fuese más que delgada, flaca, y tan esbelta, que la comparación de su cuerpo con un junco no resultaba hipérbole!
Era su rostro de una nobleza indiscutible. Parecía una princesa borgoñona o italiana, sacada de su sarcófago y rediviva por conjuros del diablo. Su mal color, como de leche y miel de brezo mezcladas en buena proporción, abonaba aquel juicio. Tenía entonces veinte años, y representaba treinta, señal de que su hermosura y su juventud tendían a consumirse pronto, como candelas con doble pábilo, y antes de que se acabara en ella la mujer, ya se estaba anunciando la momia."
No me dio tiempo a leer más, pues su propio ronquido lo despertó, como si de un estruendoso trueno se tratase.
¡La madre que lo parió! ¡Si yo no lo conocí hasta hace seis años, en un tren nocturno, y tengo sesenta años! ¡Si peso ochenta kilos, y él es una flauta!
Éste ha debido pertenecer a los Servicios Secretos de la transición, cuando yo era una hábil activista en la Facultad...
Ayer he podido echarle una ojeada, mientras él se quedó dormido en el sofá:
"... Conviene ahora decir que Pitita era bonita, y que lo habría sido más si su natural belleza hubiera tenido el adorno de las carnes lozanas, que por sí solas decoran y visten una figura de mujer. ¡Lástima que fuese más que delgada, flaca, y tan esbelta, que la comparación de su cuerpo con un junco no resultaba hipérbole!
Era su rostro de una nobleza indiscutible. Parecía una princesa borgoñona o italiana, sacada de su sarcófago y rediviva por conjuros del diablo. Su mal color, como de leche y miel de brezo mezcladas en buena proporción, abonaba aquel juicio. Tenía entonces veinte años, y representaba treinta, señal de que su hermosura y su juventud tendían a consumirse pronto, como candelas con doble pábilo, y antes de que se acabara en ella la mujer, ya se estaba anunciando la momia."
No me dio tiempo a leer más, pues su propio ronquido lo despertó, como si de un estruendoso trueno se tratase.
¡La madre que lo parió! ¡Si yo no lo conocí hasta hace seis años, en un tren nocturno, y tengo sesenta años! ¡Si peso ochenta kilos, y él es una flauta!
Éste ha debido pertenecer a los Servicios Secretos de la transición, cuando yo era una hábil activista en la Facultad...