Este cuento viene circulando por los virtuales mundos de las nuevas tecnologías:
Había una vez un Rey que decidió un buen día salir de pesca. Consultó a su meteorólogo el pronóstico del tiempo, y éste le dijo que fuera de pesca tranquilo porque el día iba a ser magnífico y no iba a llover ni gota.
Como la querida del Rey vivía de camino al río, la invitó a compartir tan esperanzadora jornada.
Por el camino se encontraron con un arrugado labriego debajo de una inmensa boina y montado en un burro con las orejas gachas.
El campesino, al conocer al Rey, con todo respeto exclamó desde su montura:
--Mi Señor: es mejor que vuelvan ustedes al palacio, que está a punto de desatarse una tormenta y les va a dejar pingando y ateridos...
El Rey siguió su camino, perfectamente informado por su meteorólogo y pensando: " ¿Qué sabrá este pobre hombre, si yo tengo a mi especialista pronosticador, muy bien pagado, quien me ha garantizado el buen tiempo?".
Cinco minutos más tarde el espacio se llenó de relámpagos y truenos, y un tremendo aguacero pilló desprevenida a la majestuosa pareja, sin tiempo siquiera para encartar la caña, sin atavío adecuado y a kilómetros de cualquier amparo.
Furioso, volvió al palacio, despidiendo al técnico pronosticador ipso facto.
Mandó llamar al labrador para ofrecerle la vacante, pero éste le dijo con mucha humildad:
--Pero mi Señor, yo no sé nada de eso; lo que pasa es que cuando va a llover, a mi pollino se le caen las orejas.
Entonces el Rey contrató al jumento.
Así fue como comenzó la costumbre de contratar burros como asesores. Desde entonces estos equinos ejercen los cargos mejor pagados por los gobiernos.
Había una vez un Rey que decidió un buen día salir de pesca. Consultó a su meteorólogo el pronóstico del tiempo, y éste le dijo que fuera de pesca tranquilo porque el día iba a ser magnífico y no iba a llover ni gota.
Como la querida del Rey vivía de camino al río, la invitó a compartir tan esperanzadora jornada.
Por el camino se encontraron con un arrugado labriego debajo de una inmensa boina y montado en un burro con las orejas gachas.
El campesino, al conocer al Rey, con todo respeto exclamó desde su montura:
--Mi Señor: es mejor que vuelvan ustedes al palacio, que está a punto de desatarse una tormenta y les va a dejar pingando y ateridos...
El Rey siguió su camino, perfectamente informado por su meteorólogo y pensando: " ¿Qué sabrá este pobre hombre, si yo tengo a mi especialista pronosticador, muy bien pagado, quien me ha garantizado el buen tiempo?".
Cinco minutos más tarde el espacio se llenó de relámpagos y truenos, y un tremendo aguacero pilló desprevenida a la majestuosa pareja, sin tiempo siquiera para encartar la caña, sin atavío adecuado y a kilómetros de cualquier amparo.
Furioso, volvió al palacio, despidiendo al técnico pronosticador ipso facto.
Mandó llamar al labrador para ofrecerle la vacante, pero éste le dijo con mucha humildad:
--Pero mi Señor, yo no sé nada de eso; lo que pasa es que cuando va a llover, a mi pollino se le caen las orejas.
Entonces el Rey contrató al jumento.
Así fue como comenzó la costumbre de contratar burros como asesores. Desde entonces estos equinos ejercen los cargos mejor pagados por los gobiernos.