Mi estancia en la ciudad de Pontevedra en aquellos días (y noches) de 1.973 pertenece al más estricto secreto profesional.
El caso es que entré con unos caballeros del botón de ancla en una cafetería que se llamaba "Daniel", en el mismo centro de la ciudad. Y un cuarto de hora después bajamos al sótano, donde había una discoteca, reservada aquella noche para el personal que estaba rodando la película "Caballeros del botón de ancla". Marisa Medina estaba entrada en carnes. Pero Maribel Martín me pareció la más bella de las mujeres, sumergida en aquella tenue luz.
Había también una cantante lírica de cuyo nombre no quiero acordarme. Para mí era desconocida. Y dos de los caballeros apostaron una ronda de cubatas conmigo a que no era capaz de entablar conversación con tan misteriosa mujer.
Yo miré para el piano, y reforcé la apuesta con una mariscada: no sólo entablaría conversación con ella, sino que conseguiría que nos cantase una canción.
Como nunca fumé, no pude entrarle con el truco del cigarrillo, ni del encendedor. Así es que me fui directo a ella, estampándole un beso en cada mejilla y diciendo "querida Carolina, cuanto tiempo...", para corregir de inmediato: "Perdone, señorita, la he confundido con otra persona."
Ella se limpió ambas mejillas con la mano, pero también con una sonrisa pícara en los labios.
--Permita usted que la invite a una copa, como compensación por mi torpeza.
Y la aceptó. Me preguntó si era uno de los extras que intervenían en la película. Tuve que decirle la verdad: aunque me albergaba ocasionalmente en la Escuela de Marín, ni era un extra, ni marino, sino un suboficial de La Legión que me encontraba de paso.
Ella habló de su incipiente carrera de cantante, aunque no tardé en darme cuenta que ya empezaba a hartarse de mi compañía. Así es que terminé impresionándola cuando le dije a bocajarro:
--Ya me voy. No se moleste usted. Pero antes quería pedirle un favor. Aposté con aquellos dos caballeros del fondo que le pediría a usted que nos cantase una canción. Yo mismo la puedo acompañar al piano. Si acepta, gano; si no, ganan aquellos dos.
Su mirada bien pudo paralizarme el corazón. Pero de pronto esbozó una maquiavélica sonrisa, y acercando sus carnosos labios a mi oreja, me susurró:
--La saya de Carolina". ¿Sabe los acordes?. Pero moderato, ¿eh?
--Venga.
Y aquella muchacha alzó al fin su lírica voz, con aire de ópera:
"A filla de miña nai
non ten pelos na paxara
de subire aos piñeiros
e baixare escarranchada."
(Hizo pausa en la que sólo se oían los acordes y el ritmo del piano. Después continuó, señalándome con el dedo índice)
"Din que a cona non ten fondo
pero a cona fondo ten
se o carallo é pequeno
a cona qué culpa, a cona qué culpa...
a cona que culpa che ten!."
Me levanté del piano, asombrado. Parte de los asistentes andaban indagando la traducción entre carcajadas. Fue la última vez que pisé aquel sótano. Ni siquiera sé si existe actualmente...
El caso es que entré con unos caballeros del botón de ancla en una cafetería que se llamaba "Daniel", en el mismo centro de la ciudad. Y un cuarto de hora después bajamos al sótano, donde había una discoteca, reservada aquella noche para el personal que estaba rodando la película "Caballeros del botón de ancla". Marisa Medina estaba entrada en carnes. Pero Maribel Martín me pareció la más bella de las mujeres, sumergida en aquella tenue luz.
Había también una cantante lírica de cuyo nombre no quiero acordarme. Para mí era desconocida. Y dos de los caballeros apostaron una ronda de cubatas conmigo a que no era capaz de entablar conversación con tan misteriosa mujer.
Yo miré para el piano, y reforcé la apuesta con una mariscada: no sólo entablaría conversación con ella, sino que conseguiría que nos cantase una canción.
Como nunca fumé, no pude entrarle con el truco del cigarrillo, ni del encendedor. Así es que me fui directo a ella, estampándole un beso en cada mejilla y diciendo "querida Carolina, cuanto tiempo...", para corregir de inmediato: "Perdone, señorita, la he confundido con otra persona."
Ella se limpió ambas mejillas con la mano, pero también con una sonrisa pícara en los labios.
--Permita usted que la invite a una copa, como compensación por mi torpeza.
Y la aceptó. Me preguntó si era uno de los extras que intervenían en la película. Tuve que decirle la verdad: aunque me albergaba ocasionalmente en la Escuela de Marín, ni era un extra, ni marino, sino un suboficial de La Legión que me encontraba de paso.
Ella habló de su incipiente carrera de cantante, aunque no tardé en darme cuenta que ya empezaba a hartarse de mi compañía. Así es que terminé impresionándola cuando le dije a bocajarro:
--Ya me voy. No se moleste usted. Pero antes quería pedirle un favor. Aposté con aquellos dos caballeros del fondo que le pediría a usted que nos cantase una canción. Yo mismo la puedo acompañar al piano. Si acepta, gano; si no, ganan aquellos dos.
Su mirada bien pudo paralizarme el corazón. Pero de pronto esbozó una maquiavélica sonrisa, y acercando sus carnosos labios a mi oreja, me susurró:
--La saya de Carolina". ¿Sabe los acordes?. Pero moderato, ¿eh?
--Venga.
Y aquella muchacha alzó al fin su lírica voz, con aire de ópera:
"A filla de miña nai
non ten pelos na paxara
de subire aos piñeiros
e baixare escarranchada."
(Hizo pausa en la que sólo se oían los acordes y el ritmo del piano. Después continuó, señalándome con el dedo índice)
"Din que a cona non ten fondo
pero a cona fondo ten
se o carallo é pequeno
a cona qué culpa, a cona qué culpa...
a cona que culpa che ten!."
Me levanté del piano, asombrado. Parte de los asistentes andaban indagando la traducción entre carcajadas. Fue la última vez que pisé aquel sótano. Ni siquiera sé si existe actualmente...
Miúda a miña sorpresa, amigo Telesforo. Claro que daquela inda non nos coñecíamos... Pero eu tamén estaba esa noite na Daniel Boom.
Andaba de parranda cos compañeiros do Coléxio Atlántico despois da cea de fin de curso, e alá fomos parar. Iso quere dicir que a discoteca non estaba reservada para ninguén, xa que os profesores do colexio entramos sen invitación.
A cantante da que vostede fala entrou con nós. Foi a que nos levou alí.
Resulta que a moza vivía na Seca, perto do noso colexio, onde eu tiven o meu primeiro traballo, como preceptor de disciplina da planta dos maiores. Daquela andaba moi triste porque a deixara un daqueles dous pipiolos que apostaron con vostede, coitadiño. Utilizouno el precisamente para alporizala dese xeito.
Polo que a min se refire, eu viña sendo desde días atrás o mozo que a acompañaba, desde que fixéramos migas (ou miolos) na discoteca do Universo, de menos clase que a Daniel, onde ela fora parar, destetada, para encontrar alivio.
Non había ningún piano alí, Telesforo. Ela cantou á capela con aquel chorro de voz que alagou todo o sótano. E o dedo sinalaba, por riba de vostede, ao pipiolo que fora o seu noivo deica unha semana antes.
El, e non vostede, era o do carallo pequeno a quen ía dirixida a estrofa.
A ela, por certo, inda a vin cantar esa mesma canción na televisión galega hai pouco, e nun vídeo que circula polas redes. É unha feminista dun grupo que se fai chamar "Na miña cona mando eu".
A seguir ben. E pase por casa cando queira, que ben sabe que tamén é súa.
Andaba de parranda cos compañeiros do Coléxio Atlántico despois da cea de fin de curso, e alá fomos parar. Iso quere dicir que a discoteca non estaba reservada para ninguén, xa que os profesores do colexio entramos sen invitación.
A cantante da que vostede fala entrou con nós. Foi a que nos levou alí.
Resulta que a moza vivía na Seca, perto do noso colexio, onde eu tiven o meu primeiro traballo, como preceptor de disciplina da planta dos maiores. Daquela andaba moi triste porque a deixara un daqueles dous pipiolos que apostaron con vostede, coitadiño. Utilizouno el precisamente para alporizala dese xeito.
Polo que a min se refire, eu viña sendo desde días atrás o mozo que a acompañaba, desde que fixéramos migas (ou miolos) na discoteca do Universo, de menos clase que a Daniel, onde ela fora parar, destetada, para encontrar alivio.
Non había ningún piano alí, Telesforo. Ela cantou á capela con aquel chorro de voz que alagou todo o sótano. E o dedo sinalaba, por riba de vostede, ao pipiolo que fora o seu noivo deica unha semana antes.
El, e non vostede, era o do carallo pequeno a quen ía dirixida a estrofa.
A ela, por certo, inda a vin cantar esa mesma canción na televisión galega hai pouco, e nun vídeo que circula polas redes. É unha feminista dun grupo que se fai chamar "Na miña cona mando eu".
A seguir ben. E pase por casa cando queira, que ben sabe que tamén é súa.
Aprezado Inda, parece mentira que nahùn se lembre de min isa noute pasamolo bein a miña Pita Muñuda más eu, totale que tempos aquiles, me recordo como que fixen onte,é verdade que a cantan dixo que na sua coisa mandaba ela, más el sinor Tilisforo nahún se quedou atrás pegou un grito y dixo assín, tú mandarás no teo fandango, pero no meu carallo mando eu, claro eue quero entender al sinor Tilisforo, e posible que nahùn istiber munto contento porque xa entoces gostaba da nosa pita más de aquela estaba eu con ela.