Habían llegado los idus de marzo, los rayos suaves y claros del sol de primavera descendían sobre el tejado; un dulce fuego se encendía en mi interior. Hacía un par de días que una inquietud indescriptible, un anhelo maravilloso me atormentaba... Al fin me sentí algo más sosegado, pero en un estado nuevo y desconocido por mí hasta entonces, que nunca hubiese podido sospechar.
De un tragaluz del tejado, no lejos de donde yo estaba, surgió sigilosa y suavemente un ser encantador -- ¡ah, si fuese capaz de describir a la graciosa criatura!-- Iba vestida toda de blanco, con un delicioso gorro negro sobre la frente y unas medias negras en las finas piernas. En el adorable verde de césped de sus bellos ojos ardía un delicado fuego; los sutiles movimientos de sus finas orejas revelaban que moraban en ella la virtud y la inteligencia, así como la mórbida ondulación de su cola me hablaba de gracia y ternura femeninas.
La graciosa criatura parecía no distinguirme, miraba hacia el sol, entornaba los ojos, resoplaba. ¡Oh, aquella visión hízome estremecer en lo más profundo de mi ser, mi pulso latía con fuerza, corría hirviente mi sangre por las venas, mi corazón parecía estallar; todo el indecible embeleso que anidaba en él, que lo atormentaba y lo arrebataba, exhaló de mi pecho en un prolongado miau. Rápida volvió aquella criatura su cabeza hacia mí, me miró. Había en sus ojos temor, dulce timidez infantil. Unas patas invisibles me condujeron, sin que yo me diese cuenta, junto a ella; pero cuando yo quise abrazarla, la divina criatura desapareció rápida como el pensamiento detrás de la chimenea. Lleno de furor y de desesperación, corrí a un lado y a otro del tejado lanzando las voces más lastimeras y más apasionadas, aunque todo en vano... Ella no volvió.
De un tragaluz del tejado, no lejos de donde yo estaba, surgió sigilosa y suavemente un ser encantador -- ¡ah, si fuese capaz de describir a la graciosa criatura!-- Iba vestida toda de blanco, con un delicioso gorro negro sobre la frente y unas medias negras en las finas piernas. En el adorable verde de césped de sus bellos ojos ardía un delicado fuego; los sutiles movimientos de sus finas orejas revelaban que moraban en ella la virtud y la inteligencia, así como la mórbida ondulación de su cola me hablaba de gracia y ternura femeninas.
La graciosa criatura parecía no distinguirme, miraba hacia el sol, entornaba los ojos, resoplaba. ¡Oh, aquella visión hízome estremecer en lo más profundo de mi ser, mi pulso latía con fuerza, corría hirviente mi sangre por las venas, mi corazón parecía estallar; todo el indecible embeleso que anidaba en él, que lo atormentaba y lo arrebataba, exhaló de mi pecho en un prolongado miau. Rápida volvió aquella criatura su cabeza hacia mí, me miró. Había en sus ojos temor, dulce timidez infantil. Unas patas invisibles me condujeron, sin que yo me diese cuenta, junto a ella; pero cuando yo quise abrazarla, la divina criatura desapareció rápida como el pensamiento detrás de la chimenea. Lleno de furor y de desesperación, corrí a un lado y a otro del tejado lanzando las voces más lastimeras y más apasionadas, aunque todo en vano... Ella no volvió.