Hace unas semanas me fui por la mañana de Pentes a Villavieja, enterado por el whatsapp de que se iban a encontrar socialistas gallegos y sanabreses en Porta Galega para, desde allí, visitar la carretera de Porto, que parece que llevan reivindicando desde mis tiempos de cabo. Sólo era mi intención saludar a Inda Cho Sei, pero más tarde acompañé a la comitiva para conocer de primera mano el estado de esa carretera del demonio.
Cuando llegué y pedí un café con leche, aún no había llegado el ínclito Inda, por lo que me mantuve algo apartado de la conversación de las cuatro personas que charlaban en la barra, que no me eran conocidas.
Inda Cho Sei llegó sonriente, saludó uno a uno a los presentes, a mí me dio un abrazo y, sin más preámbulos, al tiempo que el camarero le hacía de espaldas su café, Inda le habló con humor de esta manera:
--A ver, don Miguel, se me pode vostede facer un favor. Coas présas saín da casa correndo, e esquecinme de pór o cinto. Cáenseme os pantalóns. Non andará tendo vostede por aí un par de tirantes do finado Fraga para prestarme?
Del servicial camarero, atareado con la cafetera, no puedo describir el gesto, porque no volvió la cabeza. Sólo dijo con alta voz cargada de retranca, probablemente sin mover más músculos que los del habla:
--A BO BOI NON LLE FAI FALTA ESQUILÓN!
Nos reímos todos, pero a mí me da en la mollera que el señor Cho se pasó de frenada, en un exceso de confianza. Bien sé yo, aunque sólo sea de oídas, que nunca ha sido santo de la devoción de don Miguel.
Más nos reímos en la retorcida carretera de Porto cada vez que bajamos de los coches, observando cómo se sujetaba los pantalones Inda Cho Sei.
Cuando llegué y pedí un café con leche, aún no había llegado el ínclito Inda, por lo que me mantuve algo apartado de la conversación de las cuatro personas que charlaban en la barra, que no me eran conocidas.
Inda Cho Sei llegó sonriente, saludó uno a uno a los presentes, a mí me dio un abrazo y, sin más preámbulos, al tiempo que el camarero le hacía de espaldas su café, Inda le habló con humor de esta manera:
--A ver, don Miguel, se me pode vostede facer un favor. Coas présas saín da casa correndo, e esquecinme de pór o cinto. Cáenseme os pantalóns. Non andará tendo vostede por aí un par de tirantes do finado Fraga para prestarme?
Del servicial camarero, atareado con la cafetera, no puedo describir el gesto, porque no volvió la cabeza. Sólo dijo con alta voz cargada de retranca, probablemente sin mover más músculos que los del habla:
--A BO BOI NON LLE FAI FALTA ESQUILÓN!
Nos reímos todos, pero a mí me da en la mollera que el señor Cho se pasó de frenada, en un exceso de confianza. Bien sé yo, aunque sólo sea de oídas, que nunca ha sido santo de la devoción de don Miguel.
Más nos reímos en la retorcida carretera de Porto cada vez que bajamos de los coches, observando cómo se sujetaba los pantalones Inda Cho Sei.