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A VILAVELLA: Cuando los joyeros la veían llegar en su Citroën Tiburón...

Cuando los joyeros la veían llegar en su Citroën Tiburón Negro, intentaban echar el cierre con mil candados. El problema es que ella se bajaba al pie de la puerta, y el Tiburón quedaba subido en la acera. Ningún municipal era quien de acercarse siquiera para pedir explicaciones al uniformado chófer.
La Collares no se llamaba así por casualidad, sino por su irrefrenable y cara afición, que tan barata le salía: atracar las joyerías sin ningún remordimiento, ni precaución. ¿Cuál autónomo se hubiera atrevido a mandar la factura a El Pardo después de tan depredadora visita de doña Carmen?
Pero no sólo mangaba. También mangoneaba a su antojo al marido, sobre todo durante la larga agonía, por encima del Jefe del Estado interino en semejante ínterin.
Y dirá el lector: "Pero el marido era diferente".
Pues resulta, sin embargo, que don Francisco hizo el viaje más importante de su vida desde Canarias en un avión privado. La comitiva se reunió en un establecimiento hotelero previamente apalabrado, al lado mismo del aeródromo, donde hubo una cena colectiva y otros gastos. Aquel autónomo vivió largos años esperando el pago. Pero pasaron setenta y nueve años, y la factura sigue esperando.
De aquellos polvos vienen muchos de estos lodos.
Buenos días.