PESCADORA EMPEDERNIDA
(UN CUENTO PARA NO LEER)
Había en la parroquia un par de personas que parecía que ya se iban a quedar para vestir santos. Pero el Padre Rodolfo, en plan Cupido, los convenció para que pasaran por el altar y vivieran su senectud en pareja bendecida, que la soledad no es buena compañía en la tercera edad.
Y así se hizo. La boda tuvo lugar con nocturnidad y en la más absoluta intimidad, sobre las diez de la noche en un frío invierno.
Las mozas del pueblo, mientras tanto, entraron en la casa de la vieja novia, colocaron un cencerro en el somier del próximo lecho conyugal, y esperaron en la cuadra, debajo del dormitorio, el sonido del cencerro y así organizar una juerga inolvidable.
Pero llegaron las dos de la madrugada, y el cencerro seguía mudo.
Decidieron entonces subir para ver qué ocurría. Entraron sigilosamente en la habitación... Y allí estaba él, acostado y leyendo un ajado libro a la luz de un candil.
-- ¿Y Baldomina? --preguntó pasmada la mayor de la cuadrilla.
--Baldomina bajó al río a pescar unas truchas antes de acostarse --les informó el carcamal-- Dijo que iba al pozo donde se juntan el río del Pereiro con el de Pentes, cerca de la mina de Barja.
Y allá que se fueron las mozas, en busca de tan empedernida pescadora.
Allí estaba con una luz de minero en la frente, sentada sobre una nevera portátil. con su larga caña sobre las aguas. Ponía el cebo, lanzaba y de inmediato sacaba una hermosa trucha de una libra; entonces se levantaba, abría la nevera y colocaba la trucha en su interior, antes de poner otra lombriz en el anzuelo. Y así sucesivamente.
La pandilla se acercó con gran algarabía, y ella ordenó silencio, no siendo que ahuyentaran la pesca.
Entonces la bombardearon a preguntas. Empezó la más jovencita de las muchachas:
--Pero Baldomina... ¿no estarías mejor en la cama con tu maridito en la noche de bodas?
-- ¿Para qué?
--Mujer, digo yo, por ejemplo para que metiera su cosita en la tuya...
-- ¡Qué asco! Si la tiene asquerosa y purulenta, como una breva podrida. Jamás esa sucia cosa entrará en mi inmaculada cosita.
--Mujer --dijo ya una moza hecha y derecha-- Se puede gozar de más maneras. Si no te gusta su pizarrín, quizá pudiera escribirte con su jugosa lengua...
-- ¿Cómo?. No me seas asquerosa, que su boca es pestilenta y nauseabunda. Tiene las encías descarnadas... ¿Quieres que coja una infección en mi adorada cosita?
--Pues que te acaricie con sus dedos --intervino otra de las muchachas.
-- ¿Sus dedos? Quita, mujer. Sus dedos están llenos de callos y terminan en garras, que hace tiempo que ya no son uñas. ¿Quieres que desgarre así mi valiosa virginidad?
Fue entonces cuando habló la mayor de ellas, que casi venía siendo de la misma quinta que Baldomina:
-- A ver, Baldomina. Te casaste ayer mismo con él. Algo bueno tendrá, no?.
--Que si tiene algo bueno!... Que si tiene algo bueno...! Claro que tiene algo bueno: Que cuando caga echa estas maravillosas lombrices, que son cojonudas para las pesca!
(UN CUENTO PARA NO LEER)
Había en la parroquia un par de personas que parecía que ya se iban a quedar para vestir santos. Pero el Padre Rodolfo, en plan Cupido, los convenció para que pasaran por el altar y vivieran su senectud en pareja bendecida, que la soledad no es buena compañía en la tercera edad.
Y así se hizo. La boda tuvo lugar con nocturnidad y en la más absoluta intimidad, sobre las diez de la noche en un frío invierno.
Las mozas del pueblo, mientras tanto, entraron en la casa de la vieja novia, colocaron un cencerro en el somier del próximo lecho conyugal, y esperaron en la cuadra, debajo del dormitorio, el sonido del cencerro y así organizar una juerga inolvidable.
Pero llegaron las dos de la madrugada, y el cencerro seguía mudo.
Decidieron entonces subir para ver qué ocurría. Entraron sigilosamente en la habitación... Y allí estaba él, acostado y leyendo un ajado libro a la luz de un candil.
-- ¿Y Baldomina? --preguntó pasmada la mayor de la cuadrilla.
--Baldomina bajó al río a pescar unas truchas antes de acostarse --les informó el carcamal-- Dijo que iba al pozo donde se juntan el río del Pereiro con el de Pentes, cerca de la mina de Barja.
Y allá que se fueron las mozas, en busca de tan empedernida pescadora.
Allí estaba con una luz de minero en la frente, sentada sobre una nevera portátil. con su larga caña sobre las aguas. Ponía el cebo, lanzaba y de inmediato sacaba una hermosa trucha de una libra; entonces se levantaba, abría la nevera y colocaba la trucha en su interior, antes de poner otra lombriz en el anzuelo. Y así sucesivamente.
La pandilla se acercó con gran algarabía, y ella ordenó silencio, no siendo que ahuyentaran la pesca.
Entonces la bombardearon a preguntas. Empezó la más jovencita de las muchachas:
--Pero Baldomina... ¿no estarías mejor en la cama con tu maridito en la noche de bodas?
-- ¿Para qué?
--Mujer, digo yo, por ejemplo para que metiera su cosita en la tuya...
-- ¡Qué asco! Si la tiene asquerosa y purulenta, como una breva podrida. Jamás esa sucia cosa entrará en mi inmaculada cosita.
--Mujer --dijo ya una moza hecha y derecha-- Se puede gozar de más maneras. Si no te gusta su pizarrín, quizá pudiera escribirte con su jugosa lengua...
-- ¿Cómo?. No me seas asquerosa, que su boca es pestilenta y nauseabunda. Tiene las encías descarnadas... ¿Quieres que coja una infección en mi adorada cosita?
--Pues que te acaricie con sus dedos --intervino otra de las muchachas.
-- ¿Sus dedos? Quita, mujer. Sus dedos están llenos de callos y terminan en garras, que hace tiempo que ya no son uñas. ¿Quieres que desgarre así mi valiosa virginidad?
Fue entonces cuando habló la mayor de ellas, que casi venía siendo de la misma quinta que Baldomina:
-- A ver, Baldomina. Te casaste ayer mismo con él. Algo bueno tendrá, no?.
--Que si tiene algo bueno!... Que si tiene algo bueno...! Claro que tiene algo bueno: Que cuando caga echa estas maravillosas lombrices, que son cojonudas para las pesca!