Desde que la jubilación me apartó de la vida militar, no teniendo compañera ni Compañía, ando por estos lares bastante desorientado.
No sé si alguno de ustedes se habrá cruzado conmigo en la calle, o habrá coincidido en algún establecimiento de hostelería. Yo soy el que anda bien trajeado, con una gallina en el hombro izquierdo, a modo de loro en su pirata. Es mi única compañera.
La otra tarde entré a un mesón en Erosa, y pedí un vino de Ribera de Duero y unas angulas. Las carcajadas de todos los clientes fueron enormes, porque mientras yo me tomé el vino con devoción, la gallina, desde mi propio hombro, dio cuenta de las angulas con fruición.
Entré más tarde en otro establecimiento de La Gudiña, donde vino a pasar lo mismo. Mientras degusté con placer de sumiller un Ribeira Sacra, la gallina devoró una ración de percebes, embadurnando entre tanto de forma miserable la espalda de mi inmaculada americana del Corte Inglés.
--Pero hombre de Dios --me advirtió la camarera-- ¿No ve que la gallina le come los percebes mientras se cisca en su espalda? ¿Pero de dónde ha salido usted?
Todo el establecimiento estaba, en aquel preciso instante, pendiente de mi posible respuesta, a pesar del partido entre el BarÇa y el Madrid.
--Veo que les parece de risa que traiga una gallina encaramada en mi hombro. No me extraña que así sea. Les contaré lo que me pasó. Iba hace unos días paseando mi soledad por una calle de Verín, y le dí una patada a un bote de cerveza que había en la acera. De la lata salió un genio, diciéndome que le pidiera tres deseos que de inmediato me serían concedidos. Y así fue. Primero le pedí salud, y la tengo de hierro; en este cuerpo no entra ni una aspirina. En segundo lugar le pedí dinero, y no me caben los billetes de 500 en las cuentas bancarias nie en los bolsillos. Por cierto, cóbreme usted lo mío, lo de la gallina y lo que deban todos estos clientes. Salud, dinero y... en lugar de pedir amor, en tercer lugar, por utilizar otra expresión más castiza, pedí una polla insaciable. Y he aquí la consecuencia.
No sé si alguno de ustedes se habrá cruzado conmigo en la calle, o habrá coincidido en algún establecimiento de hostelería. Yo soy el que anda bien trajeado, con una gallina en el hombro izquierdo, a modo de loro en su pirata. Es mi única compañera.
La otra tarde entré a un mesón en Erosa, y pedí un vino de Ribera de Duero y unas angulas. Las carcajadas de todos los clientes fueron enormes, porque mientras yo me tomé el vino con devoción, la gallina, desde mi propio hombro, dio cuenta de las angulas con fruición.
Entré más tarde en otro establecimiento de La Gudiña, donde vino a pasar lo mismo. Mientras degusté con placer de sumiller un Ribeira Sacra, la gallina devoró una ración de percebes, embadurnando entre tanto de forma miserable la espalda de mi inmaculada americana del Corte Inglés.
--Pero hombre de Dios --me advirtió la camarera-- ¿No ve que la gallina le come los percebes mientras se cisca en su espalda? ¿Pero de dónde ha salido usted?
Todo el establecimiento estaba, en aquel preciso instante, pendiente de mi posible respuesta, a pesar del partido entre el BarÇa y el Madrid.
--Veo que les parece de risa que traiga una gallina encaramada en mi hombro. No me extraña que así sea. Les contaré lo que me pasó. Iba hace unos días paseando mi soledad por una calle de Verín, y le dí una patada a un bote de cerveza que había en la acera. De la lata salió un genio, diciéndome que le pidiera tres deseos que de inmediato me serían concedidos. Y así fue. Primero le pedí salud, y la tengo de hierro; en este cuerpo no entra ni una aspirina. En segundo lugar le pedí dinero, y no me caben los billetes de 500 en las cuentas bancarias nie en los bolsillos. Por cierto, cóbreme usted lo mío, lo de la gallina y lo que deban todos estos clientes. Salud, dinero y... en lugar de pedir amor, en tercer lugar, por utilizar otra expresión más castiza, pedí una polla insaciable. Y he aquí la consecuencia.
Por amor de Deus, que asustaste o padre Xosé, como podes pedir unha pola y o sinor darte unha pita, nahún intendo nada, pero home como nahún sete ocurriría pedir a femeia do pollo en castellano, o mellor o teu objetivo se veia comprido. De tudas maneiras ficesteme reir, nahún tanto o padre Xosé, que nombrou a Xesus por lo menos unha ducia de veces.