El pasado día de nochevieja cené con Pita en el Riós, en un restaurante con adornos de cartón piedra, como una vaca, un burro tirando de un carro con una orangutana montada en él, mientras amamanta a un orangutanito en brazos que mira para un televisor de sesenta pulgadas... y miles de platos para escoger, algunos de ellos demasiado exóticos para el atrevimiento de los comensales.
Cuando pasé a recogerla a su habitación del SPA en Villavieja, si bien ya estaba toda emperifollada, admiré en ella todo un protocolo, recogiendo para su bolso, uno por uno, ordenadamente, los siguientes bártulos: unos binóculos, dos abanicos, unos impertinentes, una polvera, un pañuelo, un frasco de sales aromáticas y hasta una diminuta cajita de plata con pastillas de menta para la tos.
Terminaré amando cada uno de sus gestos y todo su anticuado protocolo de ilustre señora.
Cuando pasé a recogerla a su habitación del SPA en Villavieja, si bien ya estaba toda emperifollada, admiré en ella todo un protocolo, recogiendo para su bolso, uno por uno, ordenadamente, los siguientes bártulos: unos binóculos, dos abanicos, unos impertinentes, una polvera, un pañuelo, un frasco de sales aromáticas y hasta una diminuta cajita de plata con pastillas de menta para la tos.
Terminaré amando cada uno de sus gestos y todo su anticuado protocolo de ilustre señora.