Amor mío, el comandante es el hombre más delicioso del mundo, con excepción tal vez de tu querido Don José. Su conversación es un hechizo. Si no tuviera tan mala fama en las Frieiras, ipso facto lo nombraría mi secretario. Escribiría por mí todas mis cartas, y las generaciones venideras me tendrían por un dechado de ingenio.
Pero, ¡ay!, está tan apolillado por sus achaques y las malas compañías --él, que presume de su soledad-- que forzoso me será el abandonarlo a su mundo interior.
Por desgracia podría comparársele a una baraja resobada y mugrienta. Mucho me temo que ni aún todas las aguas del embalse de las Portas fuesen bastante para realizar el milagro de lavarlo y dejarlo otra vez pulido y bienoliente.
Pero... ¡qué castellano divino el que habla, y qué cosas más exquisitas las que dice!
¡Ay!, mi vida, ¿qué tendrá este mundo para maltratar de tal suerte a un hombre semejante? Sus ojos son tan tristes como los de una vaca a la que por décima vez le hubiesen arrebatado su recental.
Pero, ¡ay!, está tan apolillado por sus achaques y las malas compañías --él, que presume de su soledad-- que forzoso me será el abandonarlo a su mundo interior.
Por desgracia podría comparársele a una baraja resobada y mugrienta. Mucho me temo que ni aún todas las aguas del embalse de las Portas fuesen bastante para realizar el milagro de lavarlo y dejarlo otra vez pulido y bienoliente.
Pero... ¡qué castellano divino el que habla, y qué cosas más exquisitas las que dice!
¡Ay!, mi vida, ¿qué tendrá este mundo para maltratar de tal suerte a un hombre semejante? Sus ojos son tan tristes como los de una vaca a la que por décima vez le hubiesen arrebatado su recental.