Un vecino mío, muy instruido (tiene un diploma en piel de becerro que lo acredita), me dijo, leyendo mis relatos el otro día, que yo empleaba mucho tiempo en tratar de insignificancias, y debía atenerme más a la acción y a los hechos concretos.
A mí, la verdad, él me parece un mozo despejado. Por eso le contesté de esta manera:
--El hombre de la pata de palo -que al parecer había tenido un encuentro con una sierra mecánica, llevando él la peor parte- inició la marcha imperial.
Me miró con unos ojos como mazacucas y, dándome la espalda, se marchó mascullando:
--Ya sabe, señor comandante, que se puede llevar un caballo al abrevadero, pero no obligarlo a beber.
Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja.
A mí, la verdad, él me parece un mozo despejado. Por eso le contesté de esta manera:
--El hombre de la pata de palo -que al parecer había tenido un encuentro con una sierra mecánica, llevando él la peor parte- inició la marcha imperial.
Me miró con unos ojos como mazacucas y, dándome la espalda, se marchó mascullando:
--Ya sabe, señor comandante, que se puede llevar un caballo al abrevadero, pero no obligarlo a beber.
Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja.