Este Cho de cualquier pequeña anécdota te saca una novela. Podría contar la misma escena a mi manera, pero no quisiera echar más leña a tan desgraciado fuego.
Hace unos diez años lo acompañé un par de días a Valladolid y Fuensaldaña, a donde lo llevaban sus tareas políticas.
El primer día se entrevistó con el Consejero de Agricultura en su despacho. Valín, creo que se llamaba. Pretendía convencerlo de la necesidad de conseguir una Denominación de Origen para la TERNERA SANABRESA. Viví callado, como casi siempre, media hora de un debate bizantino. Valín consideraba que no había suficiente ternera sanabresa para abastecer la demanda que tal denominación generaría... Era un hombre abundante, desparramado en su sillón, con la americana abierta y la corbata vuelta del revés sobre una panza no apta para la milicia.
Al día siguiente volvimos a encontrarlo en la cafetería de las Cortes de Fuensaldaña tomando un pincho de tortilla con un café con leche, de pie junto a la barra, con el mismo traje del día anterior, sólo que la misma corbata colgaba adecuadamente sobre la misma panza.
Cho Sei y un servidor de la patria pedimos también una consumición y, mientras Inda pagaba los tres servicios, no pudo evitar el charlatán bromear con el Consejero:
--Bonita corbata, Valín. De Adolfo Domínguez por lo menos.
Él le dio la vuelta a la prenda y comprobó que efectivamente era de ese modista gallego.
-- ¿Y cómo lo sabes? Será porque la tuya también lo es.
--No, la mía es de Padornelo --contestó Cho con todas las sílabas rebosantes de ironía. Entonces reviró la suya para demostrarlo, y exclamó:
--Vaya, no es la de Padornelo. Ésa era la de ayer. Hoy traigo la de La Canda.
Y efectivamente ponía en la etiqueta que amarraba la parte más estrecha de la prenda: C. A. N. D. A.
Ambos entraron en el hemiciclo, y yo volví a mi silla del palco para el público invitado. Inda reía disimuladamente. Valín meneaba incrédulo la cabeza, allí sentado con su corbata otra vez panza arriba sobre el bandullo.
Hace unos diez años lo acompañé un par de días a Valladolid y Fuensaldaña, a donde lo llevaban sus tareas políticas.
El primer día se entrevistó con el Consejero de Agricultura en su despacho. Valín, creo que se llamaba. Pretendía convencerlo de la necesidad de conseguir una Denominación de Origen para la TERNERA SANABRESA. Viví callado, como casi siempre, media hora de un debate bizantino. Valín consideraba que no había suficiente ternera sanabresa para abastecer la demanda que tal denominación generaría... Era un hombre abundante, desparramado en su sillón, con la americana abierta y la corbata vuelta del revés sobre una panza no apta para la milicia.
Al día siguiente volvimos a encontrarlo en la cafetería de las Cortes de Fuensaldaña tomando un pincho de tortilla con un café con leche, de pie junto a la barra, con el mismo traje del día anterior, sólo que la misma corbata colgaba adecuadamente sobre la misma panza.
Cho Sei y un servidor de la patria pedimos también una consumición y, mientras Inda pagaba los tres servicios, no pudo evitar el charlatán bromear con el Consejero:
--Bonita corbata, Valín. De Adolfo Domínguez por lo menos.
Él le dio la vuelta a la prenda y comprobó que efectivamente era de ese modista gallego.
-- ¿Y cómo lo sabes? Será porque la tuya también lo es.
--No, la mía es de Padornelo --contestó Cho con todas las sílabas rebosantes de ironía. Entonces reviró la suya para demostrarlo, y exclamó:
--Vaya, no es la de Padornelo. Ésa era la de ayer. Hoy traigo la de La Canda.
Y efectivamente ponía en la etiqueta que amarraba la parte más estrecha de la prenda: C. A. N. D. A.
Ambos entraron en el hemiciclo, y yo volví a mi silla del palco para el público invitado. Inda reía disimuladamente. Valín meneaba incrédulo la cabeza, allí sentado con su corbata otra vez panza arriba sobre el bandullo.