El día 4 de Junio escuché desde la página web de la cadena SER al Ilmo. Sr. De. José Luis Baltar Pumar cantando a ritmo de trombón y charanga, junto con otros miembros del Partido Popular, por las calles orensanas, una especie de canción con el siguiente estribillo: «Si no eres del PP, ...». Y leí también, en la misma página, una noticia según la cual el Sr. Baltar (presidente de la Diputación de Orense y del Partido Popular de esta provincia), exhortó a los miembros de su partido (en el marco de la campaña electoral para las elecciones autonómicas gallegas del 19 de Junio) a conseguir “141 mil votos, ganándolos o robándolos”.
De la página de la Cadena SER salté a esta de Santiago de Cerreda y me puse a mirar la foto y al maestro que en ella está. Me puse a mirar al Don José Luis con el que conviví cinco horas al día entre 1965 y 1975, salvo el año en que, según he comentado más abajo en esta misma página, él estuvo ausente de la escuela de Cerreda. Me puse a mirar al maestro entrañable, querido por todo el pueblo y respetado por todos sus alumnos, que me dio clase durante nueve años en la escuela unitaria de este pueblo… ¡Y cuántos recuerdos de toda una infancia se me agolparon en la memoria! ¡Cuántas raíces cuadradas; cuántos dictados, seguidos de los correspondientes análisis morfológicos y sintácticos; cuántas poesías recitadas; cuántas tablas de multiplicar cantadas mientras se copiaban los deberes para casa; cuántos «viva España, alzad los brazos hijos del pueblo español» a primera hora de la mañana; cuánto catecismo diario a primera hora de la tarde; cuánto «Rubén, Simeón, Leví, Judá»; cuánto reino animal, vegetal y mineral; cuánta Enciclopedia Alvarez; cuánto Gabriel y Galán; cuánto Chindasvinto y Recesvinto; cuánta «bendita sea tu pureza» en el mes de María; cuántas discusiones de fútbol posteriores a los encuentros del Real Madrid en Europa; cuántos magostos…!
Y después de recordar todo esto, me acordé de Heráclito («todo cambia, nada permanece»); y reflexioné sobre las profundas transformaciones asociadas al poder: a la lucha por alcanzarlo y a las ansias de conservarlo; y me dije que en esto, como en otras muchas cosas, no todo vale (o mejor, no todo debiera valer); y aún tuve unos segundos para acordarme de Alfred Adler y sus teorías, e incluso de Sigmund Freud y las suyas.
Luego me puse a leer a Nietzsche (“El crepúsculo de los ídolos”).
Antonio García Rodicio (arodicio@usc.es).
De la página de la Cadena SER salté a esta de Santiago de Cerreda y me puse a mirar la foto y al maestro que en ella está. Me puse a mirar al Don José Luis con el que conviví cinco horas al día entre 1965 y 1975, salvo el año en que, según he comentado más abajo en esta misma página, él estuvo ausente de la escuela de Cerreda. Me puse a mirar al maestro entrañable, querido por todo el pueblo y respetado por todos sus alumnos, que me dio clase durante nueve años en la escuela unitaria de este pueblo… ¡Y cuántos recuerdos de toda una infancia se me agolparon en la memoria! ¡Cuántas raíces cuadradas; cuántos dictados, seguidos de los correspondientes análisis morfológicos y sintácticos; cuántas poesías recitadas; cuántas tablas de multiplicar cantadas mientras se copiaban los deberes para casa; cuántos «viva España, alzad los brazos hijos del pueblo español» a primera hora de la mañana; cuánto catecismo diario a primera hora de la tarde; cuánto «Rubén, Simeón, Leví, Judá»; cuánto reino animal, vegetal y mineral; cuánta Enciclopedia Alvarez; cuánto Gabriel y Galán; cuánto Chindasvinto y Recesvinto; cuánta «bendita sea tu pureza» en el mes de María; cuántas discusiones de fútbol posteriores a los encuentros del Real Madrid en Europa; cuántos magostos…!
Y después de recordar todo esto, me acordé de Heráclito («todo cambia, nada permanece»); y reflexioné sobre las profundas transformaciones asociadas al poder: a la lucha por alcanzarlo y a las ansias de conservarlo; y me dije que en esto, como en otras muchas cosas, no todo vale (o mejor, no todo debiera valer); y aún tuve unos segundos para acordarme de Alfred Adler y sus teorías, e incluso de Sigmund Freud y las suyas.
Luego me puse a leer a Nietzsche (“El crepúsculo de los ídolos”).
Antonio García Rodicio (arodicio@usc.es).