Cuando yo conocí Tameirón fué a finales de la década de los 50 y aquella fué una de las experiencias que más me han impactado en mi vida. No había luz, ni
agua en las
casas, la traian las mujeres en grandes cántaros sobre sus cabezas sin sujetarlas con las manos ya que las llevaban en las caderas, se alumbraban con unas teas a las que llamaban "gancios" y con el fuego que encendian en una gran losa en mitad de la estancia principal de las casas que eran hechas de
piedra pura simplemente colocadas una encima de otra, fuego que servía para cocer el caldo, que era el alimento principal obligado en todas las
comidas, y en que tambien se hacía el pienso para
cerdos y
vacas. El
corral de las vacas solía estar debajo de las casas para recibir el calor de las mismas y poder atenderlas mejor. La pocilga tambien se hallaba bajo el hogar y todas las labores del
campo eran hechas a mano, sin más ayuda que un
carro tirado por vacas.
En
verano la vida era muy dura, debido a la rudeza de los trabajos, el apremio del tiempo y los pocos medios de que se disponía para realizarlos. Además estaba la dureza de la climatología.
Las trillas o "mayas", se hacian mediante "xeiras", que consistian en que si una
familia te mandaba 2 personas para tu "maya", tu tenias que corresponder con otras tantas en la suya.
A la
feria de
A Mezquita, que se encuentra a mas de 2 horas de
camino andando por
montes y laderas, llevaban el
ganado para vender sin más vehículo que una burra y si no vendian los animales que llevaban, volvian con ellos otra vez andando, aunque a cambio se tenía la oportunidad de saborear el sabrosísimo "pulpo a feira".
El
invierno, aunque muy crudo, era más llevadero si las siembras de centeno, maiz y demás se habien hecho antes de que llegaran las
lluvias del
otoño que allí son muy puntuales. Los hombres pasaban buena parte del tiempo en la cantina, alrededor de una gran estufa de leña, comentando los abatares del dia o contando anécdotas pasadas y no había más que atender a las vacas e ir con el rebaño de "res",
cabras y
ovejas cuyos rebaños estaban organizados de forma muy curiosa. Dichos rebaños los formaban las cabezas de un número determinado de
familias y a tenor del números de las cabezas de ganado, cada dia debía ir como pastor una persona de cada familia, de manera que a mayor número de cabezas, mas dias te tocaba ir de pastor.
Pero la
costumbre más particular era que la gente no se casaba obligatoriamente, sino que muchos hombres y mujeres convivian hasta que por cualquier razón dejaban de hacerlo y se separaban, siendo frecuente que una misma mujer tuviera hijos de varios hombres lo cual era normal y corriente.
Los lobos eran la pesadilla de los lugareños, pues atacaban a los rebaños y en ocasiones llegaban a entrar en la aldea a destrozar los gallineros. Era frecuente que cuando alguien mataba un lobo lo expusiera a la curiosidad de todos, siendo admirado por ello mientras él relataba donde, cuando y como lo mató.
Hay un
horno público en el que se hace el
pan de centeno, de normal consumo cotidiano y que dura varias semanas. En otros tiempos no se comía otro pan y era elaborado por las mujeres, mientras los hombres llevaban a hombros los haces de leña. Como el horno era común a todos los vecinos, tenian organizado un turno de uso y era de conocimiento general la fecha y hora en que le pertenacía a cada cual el derecho de uso.
Algo que a mí me ha producido siempre curiosidad es la meticulosidad con la que se lleva a efecto el turno de riego, siendo de extrema gravedad la transgresión del mismo, sobre todo teniendo en cuenta la proliferación de las precifitaciones de
lluvia y
nieve y la facilidad con la que brota el agua por doquier.