Aquellas tardes de verano. El silbido del tren inundaba el valle, aunque su sonido tenue parecía dejar que la lejanía quien fuera su testigo. Atrás quedaban los primeros castaños, aquellos que tantas veces dieron con la preparación de conocidos platos y años después disfrutaría a cientos de quilómetros enviados, entonces por los tios. La vista siempre me impresionaba, una y otra vez volvía para hacerla mia para sí. Mones con su vista sobre la Rúa. En ese silencio buscado al atardecer, con los colores ... (ver texto completo)