Cuando perdemos a las personas más allegadas a nosotros se abre el camino hacia el recuerdo, no sólo de ellos, sino de todos aquellos que les precedieron y de los que formamos parte como si de un suelo cuerpo se tratara. La tierra, esa a la que vamos dejando desplazándonos hacia la ciudad siempre sabe reencontrarnos y asirnos para hacernos suya si así lo deseamos. Nos envuelve para volver a darnos vida en ese continuo ciclo que aquellos que trabajan en los campos entiende como nadie.
Tardes de paseos hacia O Pacio desde la aldea, encontrándose con caras conocidas y personas con el ánimo de ponerte rostro a la familia de pertenencia. Todo iba a su ritmo, sin prisas, sin pausas y con los dias tan contados como descontados al fin. Saborear esas meriendas después de las lluvias y el olor de los campos. Los viñedos de aquí y de allá, de una uva llena de matices, laborada, hecha del mimo, del tiempo, de la tierra y fruto de las horas del Sol. Ahora en las buenas mesas encontrar un godello y otras uvas no es raro, sino normal, y hasta pone de manifiesto el grado de conociimiento de se buen vino.
Horas recordadas de siega, botijos al aire y desayunos breves hasta la llegada de ese Sol camino del Zénit.
Rendir homenaje, merecido a quien ya queda atrás por iniciar el camino cierto, es manifestar con paso seguro y cierto el respeto y la estima merecida, aunque pudiera mediar diferencia de carácter u opinión. Lo bueno prevalece y aquello que no lo fue tanto dejó de estar en el presente.
Sí, recordar Mones es traer al presente un infancia feliz, compleja, pero feliz. y eso se debe a aquellas personas, de ese aldea, que abrían sus manos con generosidad para dar su cariño, su ternura y su comprensión. Mirar a Mones desde Petín es ver lo pequeño en lo alto, mirar a la Rúa desde Mones es descubrir una estampa que siempre se recuerda. El conjunto hace de Mones un lugar singular, que sin duda lo fue desde hace siglos. Quizás merecerá la pena buscar su historia más lejana
Tardes de paseos hacia O Pacio desde la aldea, encontrándose con caras conocidas y personas con el ánimo de ponerte rostro a la familia de pertenencia. Todo iba a su ritmo, sin prisas, sin pausas y con los dias tan contados como descontados al fin. Saborear esas meriendas después de las lluvias y el olor de los campos. Los viñedos de aquí y de allá, de una uva llena de matices, laborada, hecha del mimo, del tiempo, de la tierra y fruto de las horas del Sol. Ahora en las buenas mesas encontrar un godello y otras uvas no es raro, sino normal, y hasta pone de manifiesto el grado de conociimiento de se buen vino.
Horas recordadas de siega, botijos al aire y desayunos breves hasta la llegada de ese Sol camino del Zénit.
Rendir homenaje, merecido a quien ya queda atrás por iniciar el camino cierto, es manifestar con paso seguro y cierto el respeto y la estima merecida, aunque pudiera mediar diferencia de carácter u opinión. Lo bueno prevalece y aquello que no lo fue tanto dejó de estar en el presente.
Sí, recordar Mones es traer al presente un infancia feliz, compleja, pero feliz. y eso se debe a aquellas personas, de ese aldea, que abrían sus manos con generosidad para dar su cariño, su ternura y su comprensión. Mirar a Mones desde Petín es ver lo pequeño en lo alto, mirar a la Rúa desde Mones es descubrir una estampa que siempre se recuerda. El conjunto hace de Mones un lugar singular, que sin duda lo fue desde hace siglos. Quizás merecerá la pena buscar su historia más lejana