Allí donde muere el Miño y un imponente castro centenario domina su desembocadura está el municipio de
A Guarda, vecino de
Portugal, donde
comer langosta es una religión y un simple
paseo por la
playa se convierte en el mejor plan del mundo. Los mejores atardeceres se viven en sus
miradores y sus
fiestas se celebran como si el mundo fuera a acabarse