A partir del siglo xii, La Guardia estuvo bajo el resguardo de los monjes cistercienses que se emplazaron en
Oya. Entre sus documentos se da buena cuenta de la próspera vida comercial que tenía la localidad. Un período del que se hará el trazado urbanístico similar al de otras villas marineras gallegas como Bayona o Noya, con unas
murallas en forma de triángulo, con un lado hacia el
mar y en el vértice contrario la
iglesia.