Na guerra de independencia tivo grande trascendencia, destancando Hilario do Salgueiro entre os cabezas dam revolta. Participou na construccion do cañon de pau.
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PERFEUTIÑO DE
REBORDELO peregrino del
cielo.
Antonio
fraguas fraguas.
En la
parroquia de
San Martín de Rebordelo, en
Cotobade, hay un
barrio denominado O
Pozo Negro. El topónimo es sin duda alusión al pozo profundo, de
aguas muy sosegadas, en el
río Almofrei, que pasa cerca, orillando el lugar.
El viajero tenía un buen
camino que subía, después de cruzar el río, la pequeña pendiente hasta encontrarse con el que viene de Pazos da Riveira. Es un antiguo camino con sus calzadas clásicas, de grandes
piedras, pasales o
pasarela donde se necesitaban y las presas de
agua, limpias y a los lados, para llevar el riego a las
fincas antes de que se agotase la hierba o se presentara la
helada. Los vecinos eran poseedores de
casa y fincas,
casas situadas en su mayor parte al borde del camino.
En este lugar vivía Perfeutiño; era natural de una de aquellas moradas, mansión humilde de poca hacienda, escasos
frutos y pocos animales domésticos, donde había nacido hacia el último tercio del siglo pasado (XIX). Con una mente infantil en absoluto, fue uno de los tipos populares de nuestra tierra. Hombre de mediana estatura, barba no muy poblada y rubia, vestido de limosna, casi siempre descalzo, con el pantalón doblado o hecho jirones en la parte baja de la pierna, gorra visera o sobrero chambergo colocado de forma que se le veía muy bien la cara, camisa blanca y a veces desabrochado el primer botón, y, en las dos manos cruzadas delante del estómago, una bolsa para recoger limosna que le daban y que él casi nunca pedía bolsa de lino casero, larga, muy bien cosida y por lo general vacía. En las manos de Perfeutiño la bolsa no era más que un símbolo, por eso la veías vacía.
Con su pausado andar entonaba una cantinela sin letra, en semitono de aire gregoriano. A veces subía un poco más la voz como si quisiera interpretar los kiries para retornar a la grave y monótona dicción del más sencillo Conductus de preregrino. Siempre con su pausada marcha por los
caminos para deternerse en simplísimos diálogos con los vecinos o contemplando con total ensimismamiento una labor en la campiña, un sarao o el desfile procesional de una
fiesta.
Recorría los
pueblos de la Jurisdicción de Cotobade muy comedidamente y procuraba coincidir con las
fiestas de más importancia en las
parroquias. Era respetuoso con todos; se detenía delante del portal de una casa donde, sin pedirla, se le daba limosna, que agradecía con un: “Diolo pague”. Solamente pedía “un anaquiño de
pan” cuando llevaba tiempo, acaso todo el día, sin que lo vieran delante de una casa. No quería más que pan de maíz y una taza de caldo.
Estimaba al límite cuanto le decían los médicos. Don José Ogando, su vecino, y aun más Don Elías, el
médico de
Carballedo. Un día que oyera hablar del pan de trigo lo pidió en una casa donde no lo tenían; pasaba en aquel momento Don Elías, y para sosegarlo, por verlo muy triste pidiendo lo que no le podían dar, le dijo: “pan de trigo, non, Perfeutiño, que fai doer a barriga”. Pasaron muchos años, pasó toda la vida, y Perfeutiño no quiso, a sabiendas,
comer nunca pan de trigo. Era muy pacífico, pero si le decían que tenía que comer pan de trigo “porque se acabou o pan de millo” soltaba las dos palabras bisílabas con las que borraba honr y fama de una mujer y añadía con pena: “non se pode comer, fai doer a barriga. Sí, que o dixo Don Elías”
Conocía muy bien los caminos y no deseaba alejarse demasiado de Rebordelo, pues por su pausado caminar se hacían más largas las distancias. Consecuente con su clásica manera de no pedir limosna para comer, tampoco pedía
posada para dormir, y muchas veces un cubierto, un
pajar, al borde del camino, era lugar indicado para pasar la
noche, un trozo de noche, porque el resto lo hacia por el camino, pero sin cantar, el canto era para alegrar el día.
No tenía paraguas para la
lluvia y su defensa para todas las inclemencias del tiempo era un carapucho corto o un saco doblado como usan los cargadores, un mantelo que ponía a modo de esclavina o un capote, un encerado, eso sí atado con unas trenzas. Usaba cada pieza mientras duraba, después una mano dadivosa lo ponía en posesión de otra nueva para él, aunque usada por el donante, muy diferente, claro está, de la que había terminado.
Desconocía la hora, el día y el año en que vivía, y tan solo preguntaba por la fiesta que más le agradaba: os Dolores de
Borela, San Roque de Carballedo,
Santa Isabel de
Loureiro, La
Virgen de
Aguasantas, San Xusto, San Esteban y pocas más.
Sin quebraderos de cabeza, con el pensamiento en el retorno a la casa do Pozo Negro gastaba los días por los caminos, sin llevar nunca la bolsa llena. Se veía profundamente abatido, le decían que le morían sus familiares, entonces, lo mismo que si alguien aseguraba que tenía que ir a la guerra, surgían en la destemplanza las palabras categóricas que cortaban el diálogo. Extraña actitud en hombre tan comedido en todos sus decires.
Como no pedía, acostumbraban a decirle al verlo cerca de la
puerta: “Queres pan Perfeutiño?”. él daba dos pasos muy cortos, casi no hacía más que mover los pies, frotaba el estómago con las manos y la bolsa que tenía dogida, y decía, mostrando una sonrisa beatífica: “Eu calei, e ti falache, e certache”.
Un día Perfeutiño se sintió mal; sin vista y sin fuerzas no pudo continuar su vida, la muerte vino a buscalo al Pozo Negro. Entonces Perfeutiño dejó su cuerpo en el Camposanto de Rebordelo y su alma salió para recorrer el camino hasta el cielo y entrar en la mansión de fiestas, la suave, dulce y eterna fiesta de la Gloria en compañía de todos los bienaventurados.