Me miraste con un gesto enamorado,
¡Ya tu mano acariciaba mi cintura!
Y yo, no comprendiendo la amargura,
Besé tu boca, de nardo enajenado.
Y sin pensar, si pudiera ser pecado,
Me aferré a tus brazos con ternura,
Por tu amor, que ansiaba con locura,
Comprobando que me había equivocado.
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