Se trataba de una tela rectangular, con un agujero para meter la cabeza, que le llegaba algo más abajo de los caderas. Además de llevar el sambenito a muchos se les condenaba a penas de prisión y se les confiscaban sus bienes. Cumplido el tiempo de llevar la prenda puesta, la tela -con el nombre del penitente y el delito cometido- era colgada en la
iglesia a la que pertenecía. Así servía para señalar no solo a la persona sino también a su
familia y estirpe.