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PITILLAS: TARDE DE CALOR EN PITILLAS....

TARDE DE CALOR EN PITILLAS.

DIARIO DE NAVARRA, viernes 9 de agosto de 1985.

Entre palacios y retablos

Cerca de Pitillas hay un campo de girasoles, con sus grandes ojos amarillos, de espaldas al sol que, por fin, se pone. No hay un solo pájaro, a no ser los vencejos infatigabIes que dan vueltas y vueltas a la torre herreriana del pueblo.
En el Ayuntamiento de Pitillas, a pesar de ser de piedra, y de piedra del siglo XVII, también hace calor.
No nos refrescan ni las acacias de la lonja, que aquí, como en todas partes, se llama atrio, ni esos otros árboles de grandes hojas y amentos aflados, que nadie sabe cómo se llaman, y que un día trajeron «de Diputación».
Entramos por el hermoso pórtico dieciochesco a una iglesia grande y bonita, construida en torno a 1.600, ampliada a primeros de siglo. Nos perdemos en una floresta de retablos barrocos, donde anduvo la mano del maestro arquitecto Juan Zapater. San Pedro es el patrón, que está hasta en el escudo del pueblo, pero aquí se le caen las llaves. Oros y rojos por todas partes. Como el 29 de junio, que es su santo, era demasiado pronto, escogieron el 31 de agosto, fiesta de San Ramón Nonato, otro santo con lienzo y retablo, como la del patrón de las fiestas populares. Pero como ahora las clases empiezan pronto, terminan ese día los festejos. Comienzan con la salve y luego, en los porches del Ayuntamiento, se reparte melocotón con vino que es un gustazo.

Sobre el tornavoz del púlpito bailan unos niños juguetones, como para aliviar las cosas terribles que, según el alguacil, se decían «antes» desde ahí.
La Virgen y el Niño de la talla gótica del altar miran entre ingenuos y ensimismados, como si fueran a hacerles un retrato. Como la bajaron de la ermita de Santa Ana, hoy en ruinas, algunos la confunden con la talla de su madre.
Algo anterior es el Cristo muerto en majestad del altar de la derecha, plácido en la entrega a la muerte, vencida por su gloria. -
Parece, por lo que dicen los libros, que en la casa parroquial se guarda un pequeño museo, con obras que van del XVI al XIX, pero ya es tarde y hace calor. Los vencejos, que aquí llaman grillos, no dejan de chillar y de hacer bellísimas piruetas.
Entre dos luces vamos a ver la villa de piedra. Pocos pueblos como Pitillas pueden lucir calles como la de Matias Sagardoy, José Antonio Elola, San Ramón Nonato, San José, plaza Juan Carlos I (antes del Raso). Palacios de Goñis Ubagos, Jaurrietas-Esparzas, López de San Román... Con herederos de uno de estos palacios barrocos emparentó aquel hombre fuerte del franquismo que fue José Antonio Elola, que hizo cosas por el pueblo. Lástima que varias de estas casonas estén ya vacías o semivacías.
En el caserón que fue de las Jesuitinas se alberga «la Sociedad», y en sus ventanas y balcones toman la fresca inexistente chicos y chicas que aquí tienen su centro recreativo. En el salón que fue un día capilla se oyeron los primeros mítines en 1977.
Una larga historia ésta de las monjas y el «herencio» de la huerta y de la casa. No imaginó aquel obispo famoso, Cadena y Eleta, que las trajo, que las cosas iban a complicarse tanto entre su familia, casa fuerte con higueras, el Ayuntamiento y la Diócesis. Jesús Sagardoy se sabe esa historia de pe a pa, y espera ahora poner la casa de cultura en el inmueble, en cuanto el arzobispo firme el traspaso de la finca.

VÍCTOR MANUEL ARBELOA