Esta cruz se halla en la placeta, recuerda la muerte de alguien, del que nunca he sabido quien era. Como está en un sitio donde pasa mucha gente, que además se paraba a leer el epitafio, hubo un famoso sacristán, Fausto Ayesa Irigaray que tapó la inscripción con cemento, con lo que quedó ilegible para siempre. Esta lápida se ubica donde estaba el desaparecido lisador, por el que nos deslizábamos fastidiando los pantalones, allá en nuestra tierna infancia.