Esta bonita iglesia, un poco destemplada por el paso de los inviernos aún con sombrero nuevo de tejas y maderas, para tirar unos cuantos más por muy duros que vengan. En su interior, hallarás templados los corazones de todos sus feligreses y de todos aquellos que pasaron por la prueba de las cuestas y sus últimas escalinatas, sin dudas, como última penitencia; venía a ser como las pruebas de la vida para subir al cielo. Y debo añadir, que el párroco iba por ahí en seiscienticos, un soldado de Dios como mandaba la misión, pues el pueblo antes estaba más lejos que ahora de todas partes menos de arriba. Con mucho cariño.