Juan me llevaba más de cuarenta años; nos distanciaban dos generaciones. Yo, un rapaz dedieciseis años, lo perdí de vista a causa de la Guerra Civil. Era el año de 1937, mes de marzo, cuado ESPEJO se llenó de italianos, acantonados en los pueblos del suroeste alavés, de cara a la próxima ofensiva sobre Vizcaya.
Juan me hizo unas botas a la medida en cuero crudo que debería de cuidarse con grasa de caballo. Eran unas botas cargadas de herrajes, a imitación de las que calzaban los artilleros italianos. Nunca un calzado como aquél había salido de las manos de zapatero alguno en toda la comarca. Juan estaba orgulloso del resultado y así se lo dijo a mi padre cuando éste pagó la cuenta con el dinero pervertido que nos impuso la guerra.
Estrené las botas en un partido de fútbol: una machada, un despropósito, un riesgo inútil; con aquella armadura de cuero y hierro podía descalabrar a cualquier adversario. Y así pasó: de un hachazo dejé fuera de combate (fractura de tibia y de peroné) al primer adversario en disputarrme el balón.
Mi padre, el médico, le dijo a Juan: "Arranca de estas botas toda la artillería. ¡Ya es hora de que nos desarmemos todos, Juan".
Yo me quedé entristecido. Juan me consoló. "Te he guardado -dijo- todos los herrajes y tachuelas en una bolsa de tela, hasta ver si tu padre cambia de opinión".
Pero mi padre nunca cedió en sus principios no belicosos. El herido sanó sin que le quedaran secuelas. ¡Menos mal!
Juan era ingenioso en suma y con retranca. Otro día les diré lo bien educados que tenía a sus dos gatos de compañia que, en los años del hambre, no tuvo otro remedio que comérselos.
Pedro Morales Moya.
Juan me hizo unas botas a la medida en cuero crudo que debería de cuidarse con grasa de caballo. Eran unas botas cargadas de herrajes, a imitación de las que calzaban los artilleros italianos. Nunca un calzado como aquél había salido de las manos de zapatero alguno en toda la comarca. Juan estaba orgulloso del resultado y así se lo dijo a mi padre cuando éste pagó la cuenta con el dinero pervertido que nos impuso la guerra.
Estrené las botas en un partido de fútbol: una machada, un despropósito, un riesgo inútil; con aquella armadura de cuero y hierro podía descalabrar a cualquier adversario. Y así pasó: de un hachazo dejé fuera de combate (fractura de tibia y de peroné) al primer adversario en disputarrme el balón.
Mi padre, el médico, le dijo a Juan: "Arranca de estas botas toda la artillería. ¡Ya es hora de que nos desarmemos todos, Juan".
Yo me quedé entristecido. Juan me consoló. "Te he guardado -dijo- todos los herrajes y tachuelas en una bolsa de tela, hasta ver si tu padre cambia de opinión".
Pero mi padre nunca cedió en sus principios no belicosos. El herido sanó sin que le quedaran secuelas. ¡Menos mal!
Juan era ingenioso en suma y con retranca. Otro día les diré lo bien educados que tenía a sus dos gatos de compañia que, en los años del hambre, no tuvo otro remedio que comérselos.
Pedro Morales Moya.