UNA PEQUEÑA RIQUEZA QUE SE PIERDE. Soy de un pueblo chico alavés, muy próximo a Castilla la Vieja, (Castella-Vétula) que no era el conjunto de provincias (Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila) que se estudiaba antes de inventar las Comunidades Autónomas, sino un rincón burgalés, donde los primeros Condes de Castilla y Álava empezaron por su cuenta a defender esas tierras y a pelear por la conquista de otras nuevas llamadas a sumarse en un país llamado España. Soy natural del valle de Valdegovía, repartido entre Álava y Burgos.
Son tierras que, como otras tantas de la España interior, eminentemente agrícolas y ganaderas, han perdido interés: donde nací, en Espejo, vivían quince labradores; hoy solo queda un agricultor que ha copado las tierras de cultivo, incluso de otros pueblecillos de las cercanías.
En el invierno estos pueblos, bien comunicados afortunadamente, se vacían y no hay quien se alarme ante la despoblación de zonas que podían rendir algún provecho en beneficio propio y de toda la comarca.
¿Por qué antes resultaba rentable un rebaño de ovejas, y ahora a nadie interesan los pastos comunales? ¿Por que en tierras de secano se cultivaron plantas por las que hoy se ha despertado el interés de nuevos y modernos emprendedores y a estos pueblos no ha llegado esta inquietud? ¿Por qué el río se ha empobrecido y ha perdido la riqueza piscícola que antes atraía a un turismo aficionado a la pesca? ¿Por qué ha sucedido otro tanto con la caza de liebres, perdices, codornices...? ¿Por qué están tan descuidados los montes, tan llenos de maleza y propensos a incendiarse sin remedio? ¿Se puede perder por desidia la pequeña riqueza de estos pueblos?
Con mucho menos, en otras latitudes, han dignificado las zonas rurales y han conseguido que sigan vivas.
Algo no va lo bien que podría ir.
Son tierras que, como otras tantas de la España interior, eminentemente agrícolas y ganaderas, han perdido interés: donde nací, en Espejo, vivían quince labradores; hoy solo queda un agricultor que ha copado las tierras de cultivo, incluso de otros pueblecillos de las cercanías.
En el invierno estos pueblos, bien comunicados afortunadamente, se vacían y no hay quien se alarme ante la despoblación de zonas que podían rendir algún provecho en beneficio propio y de toda la comarca.
¿Por qué antes resultaba rentable un rebaño de ovejas, y ahora a nadie interesan los pastos comunales? ¿Por que en tierras de secano se cultivaron plantas por las que hoy se ha despertado el interés de nuevos y modernos emprendedores y a estos pueblos no ha llegado esta inquietud? ¿Por qué el río se ha empobrecido y ha perdido la riqueza piscícola que antes atraía a un turismo aficionado a la pesca? ¿Por qué ha sucedido otro tanto con la caza de liebres, perdices, codornices...? ¿Por qué están tan descuidados los montes, tan llenos de maleza y propensos a incendiarse sin remedio? ¿Se puede perder por desidia la pequeña riqueza de estos pueblos?
Con mucho menos, en otras latitudes, han dignificado las zonas rurales y han conseguido que sigan vivas.
Algo no va lo bien que podría ir.