La ley de la abstinencia, entonces, era muy severa. Y aunque tuvieras en regla la Bula de Cruzada, ello no te eximía de la prohibición de comer carne durante los viernes de Cuaresma. Por este motivo, las amas de casa, apartadas de los lujos actuales y sin pescaderías a su alrededor, hacían verdaderos milagros para dejar de “echar al pote” la salvación del hambre (derivados del cerdo), cumpliendo, así, con las exigencias impuestas que evitaban los cosquilleos amargos de una conciencia saturada de estrictas normas. Pan, leche y huevos, junto a los escasos productos de la huerta, eran los únicos “manjares” indultados; los únicos permitidos en los hogares humildes. Y aun así, por si todavía el hambre no tuviera suficientes cuerpos en los que anidar, la imposición del ayuno te obligaba “a no comer o comer muy poco” durante los miércoles, viernes y sábados correspondientes al período cuaresmal.
Por otra parte, en las emisoras de radio y, más tarde, en las dos únicas cadenas de televisión, la música estridentemente moderna o –si se prefiere– música “ye-yé” era sustituida por un sinfín de sintonías sacras, interminables conciertos tristes de música clásica o, como mucho, por el retumbar de unos tambores destemplados, acompañando el sonido de las trompetas, que marcaban el paso de unas procesiones tan largas y lentas como la propia Cuaresma. En los cines o en la propia televisión, se reponían las películas de “vidas de santos”, especialmente aquellas que versaban sobre determinados martirologios, o se estrenaban otras, las menos, cuyos argumentos se habían inspirado, siempre, en las Sagradas Escrituras. Se prohibía todo tipo de bailes. Antes de la caída del sol, se cerraban los lugares públicos (bares incluidos), y las plañideras de turno lloraban lágrimas devotas y escupían consignas condenatorias a los muchachos si hacían “esto o aquello” no permitido en los cánones de los tiempos que corrían. En las iglesias se retiraban las flores de los jarrones, se tapaban las imágenes de culto con fundas moradas o negras, se hacía enmudecer a las campanas y, por la noche del Miércoles Santo, se instalaba el “Monumento”. Comenzaban así los días de la Pasión de Cristo pero de esto hace tantos años que muchos ni se acuerdan
Por otra parte, en las emisoras de radio y, más tarde, en las dos únicas cadenas de televisión, la música estridentemente moderna o –si se prefiere– música “ye-yé” era sustituida por un sinfín de sintonías sacras, interminables conciertos tristes de música clásica o, como mucho, por el retumbar de unos tambores destemplados, acompañando el sonido de las trompetas, que marcaban el paso de unas procesiones tan largas y lentas como la propia Cuaresma. En los cines o en la propia televisión, se reponían las películas de “vidas de santos”, especialmente aquellas que versaban sobre determinados martirologios, o se estrenaban otras, las menos, cuyos argumentos se habían inspirado, siempre, en las Sagradas Escrituras. Se prohibía todo tipo de bailes. Antes de la caída del sol, se cerraban los lugares públicos (bares incluidos), y las plañideras de turno lloraban lágrimas devotas y escupían consignas condenatorias a los muchachos si hacían “esto o aquello” no permitido en los cánones de los tiempos que corrían. En las iglesias se retiraban las flores de los jarrones, se tapaban las imágenes de culto con fundas moradas o negras, se hacía enmudecer a las campanas y, por la noche del Miércoles Santo, se instalaba el “Monumento”. Comenzaban así los días de la Pasión de Cristo pero de esto hace tantos años que muchos ni se acuerdan