EL VIVIR DE OYÓN EN MI INFANCIA.
SALUDO: Dedicado a todas aquellas personas de buena voluntad que sois asiduos del foro, como observo que sois amantes de la villa de Oyón es por ello que escribo estos relatos, sé perfectamente que saldrán algunos un poco largos según el tema que toquemos, pero es para que tengáis más conocimiento de noticias de la villa, la conozcáis, simpaticéis con la misma y un día no muy lejano en el tiempo estoy completamente seguro la llegaréis a comprenderla y a quererla como un oyonés más. Es por ello mi deseo hacer este humilde trabajo, que paséis un buen día pletórico de felicidad allí donde podáis estar, que Dios os bendiga.
Hoy con muchos años de por medio, surge en mi recuerdo un Oyón distinto y viejo. Casi parece que se pierde en el tiempo, pero a la vez aquel pueblo está fresco, recio. Lleno de recuerdos de aquellos abuelos, tan aparentemente viejos, curtidos por el sol, llenos de arrugas, de carnes secas por el abundante trabajo y no tan abundante alimentación.
Abuelos que como indumentaria usaban, pantalón liso, sin dobladillo, de pana o, en invierno, de paño, faja ancha que ceñía el pantalón con dos o tres vueltas a la cintura, de color negro, con flecos en las puntas y también un chaleco sin mangas, calzoncillos largos (pulguero) y camisa y blusón. En invierno tosco calzado de cuero con calcetines de lana y, en tiempos de nieve, liaban los pies con polainas (trozo de tela burda o de arpillera), en el tiempo seco, alpargatas.
Abuelas que como indumentaria llevaban: dos faldas, una levantada por delante hasta la cintura, de color negro, y saya interior, delantal por delante de estas dos prendas. Ropa interior: camisa con manga larga, corsé, cubrecorsé, chambra sobre la camisa, pantalón abierto y enagua. En la cabeza pañuelo negro, en los pies medias negras en días festivos y medias blancas de lana para el trabajo y, como calzado, botas de botones que las ajustaban con una horquilla. En días de fiesta la mantilla cubría sus cabezas para acudir a los oficios eclesiásticos.
Los niños usábamos pantalón corto, hasta debajo de la rodilla, hasta la edad de 10 a 13 años.
Hoy día, desde nuestro desarrollo, es muy difícil de imaginar la situación de aquellas personas mayores sin ningún ingreso y con un gran dilema: si seguían con las tierras sus hijos lo pasaban muy mal, pero si repartían quedaban a la merced de sus hijos, siendo recibidos en las casas de éstas donde nada sobraba. A nuestras gentes sólo les quedaba el consuelo de la familia, tener un arreglo y salir a tomar el sol en tiempo bueno, charlando con aquellos de su misma edad. Corrillos de abuelos de mirada apagada, triste y melancólica, de boinas con cerco sudoroso, trajes de rodilleras y culeras, con camisas de cuello de tira, con poco aseo personal, y los más con barba de una semana.
Abuelas con trajes arreglados varias veces, con moño, delantales con petazos y manos ásperas. Unos y otros con mil experiencias de luchas y fatigas, a veces entretenían su tiempo con labores marginales de la casa, desgranar habas, garbanzos, ayudar a la conserva o la matanza del cerdo, sí es que lo había, o acarrear algo de leña para la casa. Muchas de estas labores las realizaban en la calle, lo que fomentaba en muchos casos la ayuda de vecinos y los corrillos típicos. Abuelos aventando habas o abuelas repasando ropas, son hoy día imágenes ya desaparecidas.
Inviernos muy duros, de habituales nevadas, hacían mella en nuestras gentes no muy bién alimentadas, con poca ropa de abrigo, casas mal acondicionadas y con una lumbre limitada de leña, si la había, o de oliveñas o sarmientos. Además del mal tiempo, la enfermedad era el otro gran enemigo. Si alguien en una familia caía enfermo o no tenía salud, podía suponer la ruina en familias con economías modestas que quizás no alcanzaban para pagar al médico, cuanto menos, medicinas o estancias en hospitales si éstas fuesen necesarias. En muchos casos se veían obligados a vender su pequeño patrimonio. Por esta causa, los mayores que enfermaban debían prepararse casi irremisiblemente a morir, con problemas en el entierro, donde los había de primera, segunda y tercera clase según el estipendio pagado a la parroquia.
Mayores: en un Oyón básicamente agricultor, prácticamente todos estaban por y en el campo, una agricultura recia, dura y de poco rendimiento. Las nuevas generaciones, incluso agrícolas, desconocen los nombres, cuanto más la dureza de ciertos trabajos entonces habituales y hoy día olvidados, afortunadamente, por la llegada de la mecanización. Un ejemplo de lo que suponía el ciclo de labores es el siguiente: labrar, volver, rastrear, desterronar, marcenar, sembrar, etc.
EL 'REBOLIDO' FUE UNA INSTITUCIÓN DE LA ÉPOCA. Fue una institución que reflejaba perfectamente aquella situación. En una población con exceso de mano de obra, la oferta era grande. Entonces, en la época de trabajo fuerte, las personas o los obreros más humildes se reunían al filo del anochecer al comienzo de la calle Luis Martín Ballesteros (encima de la Taconera) charlando en corros, esperando que las escasas personas con poder económico les contratasen ("ajustar") para una o varias jornadas. Los más afortunados salían contratados y con jornal fijo, mientras los demás se iban poco a poco separando para dedicarse a trabajar sus tierras o se quedaban en sus casas. Muchos de ellos, finalmente, marginados únicamente poseían una renta bastante escasa. Para la mayoría de las personas, los que trabajaban a jornal fijo o estaban fijos con algún "amo", estaban fuera del "rebolido". Por supuesto, que aquella 'oficina' de empleo no funcionaba si el tiempo era malo o había poca faena.
También quedaban fuera de contratación los menos fuertes, los menos hábiles, los "tranquilos", los delicados de salud, etc. Quiere esto decir que los patrones hacían uso siempre de los más fuertes para sacar el máximo rendimiento y era escalofriante el oír aquellas voces pujantes con los obreros o asalariados: " ¡Joven!... ¿a cuanto vas? ¡Señor!... a cinco pesetas y otras voces, -yo te doy a cinco cincuenta, etc., hasta que el obrero se iba con el mejor postor. El "rebolido" fue desapareciendo paulatinamente a partir de la mitad de la década de 1960, al establecerse en Oyón gran cantidad de fábricas industriales.
Otros de los trabajos era a VEREDA. Hacia finales del mes de septiembre y una vez acabadas las faenas del campo, el Ayuntamiento dedicaba un tiempo para arreglos de caminos vecinales, limpia de regaders, etc. El Alguacil, de víspera solía avisar a un grupo de vecinos, anunciándoles que al día siguiente tenían que ir a trabajar a 'Vereda', indicándoles lugar y herramientas adecuadas, estos trabajos no eran de salario pero sí un bien para el pueblo, había un dicho popular: "Mañana a vereda, el que más trabaja menos lleva". Manolo G. Pastor.
Manuel González Pastor, "Un pasado no tan lejano", Diario La Rioja, 7 de enero de 1993, p. 20.
SALUDO: Dedicado a todas aquellas personas de buena voluntad que sois asiduos del foro, como observo que sois amantes de la villa de Oyón es por ello que escribo estos relatos, sé perfectamente que saldrán algunos un poco largos según el tema que toquemos, pero es para que tengáis más conocimiento de noticias de la villa, la conozcáis, simpaticéis con la misma y un día no muy lejano en el tiempo estoy completamente seguro la llegaréis a comprenderla y a quererla como un oyonés más. Es por ello mi deseo hacer este humilde trabajo, que paséis un buen día pletórico de felicidad allí donde podáis estar, que Dios os bendiga.
Hoy con muchos años de por medio, surge en mi recuerdo un Oyón distinto y viejo. Casi parece que se pierde en el tiempo, pero a la vez aquel pueblo está fresco, recio. Lleno de recuerdos de aquellos abuelos, tan aparentemente viejos, curtidos por el sol, llenos de arrugas, de carnes secas por el abundante trabajo y no tan abundante alimentación.
Abuelos que como indumentaria usaban, pantalón liso, sin dobladillo, de pana o, en invierno, de paño, faja ancha que ceñía el pantalón con dos o tres vueltas a la cintura, de color negro, con flecos en las puntas y también un chaleco sin mangas, calzoncillos largos (pulguero) y camisa y blusón. En invierno tosco calzado de cuero con calcetines de lana y, en tiempos de nieve, liaban los pies con polainas (trozo de tela burda o de arpillera), en el tiempo seco, alpargatas.
Abuelas que como indumentaria llevaban: dos faldas, una levantada por delante hasta la cintura, de color negro, y saya interior, delantal por delante de estas dos prendas. Ropa interior: camisa con manga larga, corsé, cubrecorsé, chambra sobre la camisa, pantalón abierto y enagua. En la cabeza pañuelo negro, en los pies medias negras en días festivos y medias blancas de lana para el trabajo y, como calzado, botas de botones que las ajustaban con una horquilla. En días de fiesta la mantilla cubría sus cabezas para acudir a los oficios eclesiásticos.
Los niños usábamos pantalón corto, hasta debajo de la rodilla, hasta la edad de 10 a 13 años.
Hoy día, desde nuestro desarrollo, es muy difícil de imaginar la situación de aquellas personas mayores sin ningún ingreso y con un gran dilema: si seguían con las tierras sus hijos lo pasaban muy mal, pero si repartían quedaban a la merced de sus hijos, siendo recibidos en las casas de éstas donde nada sobraba. A nuestras gentes sólo les quedaba el consuelo de la familia, tener un arreglo y salir a tomar el sol en tiempo bueno, charlando con aquellos de su misma edad. Corrillos de abuelos de mirada apagada, triste y melancólica, de boinas con cerco sudoroso, trajes de rodilleras y culeras, con camisas de cuello de tira, con poco aseo personal, y los más con barba de una semana.
Abuelas con trajes arreglados varias veces, con moño, delantales con petazos y manos ásperas. Unos y otros con mil experiencias de luchas y fatigas, a veces entretenían su tiempo con labores marginales de la casa, desgranar habas, garbanzos, ayudar a la conserva o la matanza del cerdo, sí es que lo había, o acarrear algo de leña para la casa. Muchas de estas labores las realizaban en la calle, lo que fomentaba en muchos casos la ayuda de vecinos y los corrillos típicos. Abuelos aventando habas o abuelas repasando ropas, son hoy día imágenes ya desaparecidas.
Inviernos muy duros, de habituales nevadas, hacían mella en nuestras gentes no muy bién alimentadas, con poca ropa de abrigo, casas mal acondicionadas y con una lumbre limitada de leña, si la había, o de oliveñas o sarmientos. Además del mal tiempo, la enfermedad era el otro gran enemigo. Si alguien en una familia caía enfermo o no tenía salud, podía suponer la ruina en familias con economías modestas que quizás no alcanzaban para pagar al médico, cuanto menos, medicinas o estancias en hospitales si éstas fuesen necesarias. En muchos casos se veían obligados a vender su pequeño patrimonio. Por esta causa, los mayores que enfermaban debían prepararse casi irremisiblemente a morir, con problemas en el entierro, donde los había de primera, segunda y tercera clase según el estipendio pagado a la parroquia.
Mayores: en un Oyón básicamente agricultor, prácticamente todos estaban por y en el campo, una agricultura recia, dura y de poco rendimiento. Las nuevas generaciones, incluso agrícolas, desconocen los nombres, cuanto más la dureza de ciertos trabajos entonces habituales y hoy día olvidados, afortunadamente, por la llegada de la mecanización. Un ejemplo de lo que suponía el ciclo de labores es el siguiente: labrar, volver, rastrear, desterronar, marcenar, sembrar, etc.
EL 'REBOLIDO' FUE UNA INSTITUCIÓN DE LA ÉPOCA. Fue una institución que reflejaba perfectamente aquella situación. En una población con exceso de mano de obra, la oferta era grande. Entonces, en la época de trabajo fuerte, las personas o los obreros más humildes se reunían al filo del anochecer al comienzo de la calle Luis Martín Ballesteros (encima de la Taconera) charlando en corros, esperando que las escasas personas con poder económico les contratasen ("ajustar") para una o varias jornadas. Los más afortunados salían contratados y con jornal fijo, mientras los demás se iban poco a poco separando para dedicarse a trabajar sus tierras o se quedaban en sus casas. Muchos de ellos, finalmente, marginados únicamente poseían una renta bastante escasa. Para la mayoría de las personas, los que trabajaban a jornal fijo o estaban fijos con algún "amo", estaban fuera del "rebolido". Por supuesto, que aquella 'oficina' de empleo no funcionaba si el tiempo era malo o había poca faena.
También quedaban fuera de contratación los menos fuertes, los menos hábiles, los "tranquilos", los delicados de salud, etc. Quiere esto decir que los patrones hacían uso siempre de los más fuertes para sacar el máximo rendimiento y era escalofriante el oír aquellas voces pujantes con los obreros o asalariados: " ¡Joven!... ¿a cuanto vas? ¡Señor!... a cinco pesetas y otras voces, -yo te doy a cinco cincuenta, etc., hasta que el obrero se iba con el mejor postor. El "rebolido" fue desapareciendo paulatinamente a partir de la mitad de la década de 1960, al establecerse en Oyón gran cantidad de fábricas industriales.
Otros de los trabajos era a VEREDA. Hacia finales del mes de septiembre y una vez acabadas las faenas del campo, el Ayuntamiento dedicaba un tiempo para arreglos de caminos vecinales, limpia de regaders, etc. El Alguacil, de víspera solía avisar a un grupo de vecinos, anunciándoles que al día siguiente tenían que ir a trabajar a 'Vereda', indicándoles lugar y herramientas adecuadas, estos trabajos no eran de salario pero sí un bien para el pueblo, había un dicho popular: "Mañana a vereda, el que más trabaja menos lleva". Manolo G. Pastor.
Manuel González Pastor, "Un pasado no tan lejano", Diario La Rioja, 7 de enero de 1993, p. 20.