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OYON: ¿Para qué servian?...

¿Para qué servian?

A partir del siglo XV, el consumo de nieve co­mienza a ser común entre la nobleza, las clases ele­vadas y el clero; es la fase inicial de un importante comercio que tuvo su auge a finales del siglo XVI manteniéndose a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX.

La conservación de los alimentos se realizaba gracias a la salmuera, los ahumados, los adobos, las conservas y el aprovechamiento de la nieve.

En España fue la cultura islámica la que poten­ció el almacenamiento y uso de la nieve para con­servar carnes y pescados, para refrescar bebidas, fabricar helados y para usos medicinales. Los grie­gos y los romanos comprimían la nieve en pozos y posteriormente la nieve comprimida se convertía en hielo para ser usada en época de mayor calor.

Los protocolos de arrendamiento de la nie­ve indicaban fuertes multas que recaían sobre los abastecedores en el caso de que faltase. Servían de abastecimiento al hospital y al centro distribuidor de la nevería.

¿Cómo se construían?
Las neveras naturales se encuentran en las co­tas más altas. El llenado de sus grietas profundas y umbrías en el transcurso de las frecuentes nevadas invernales las convertía en un lugar idóneo de al­macenamiento de nieve, la cual se conservaba allí durante buena parte del año. Este tipo de neveras eran aprovechadas como suministro y abasteci­miento de otras artificiales.

Las neveras artificiales o arquitectónicas se si­tuaban en zonas orientadas al norte para conseguir la mayor sombra y aireación posible que garanti­zase una temperatura interior constante. El terreno debía ser fácil de excavar, seco, elevado y no per­meable para evitar filtraciones de agua que fun­diese la nieve. Alrededor del pozo se realizaba una zanja para drenaje y protección de las aguas flu­viales y desnieves, habilitando una explanada para las labores de carga y descarga. Su proximidad a un talud facilitaba la realización del canal de des­agüe que realizaban desde el fondo de la nevera al exterior para permitir la salida de las aguas que re­sultaban del inevitablemente deshielo. El pozo ex­cavado se cubría con un muro circular de paredes verticales con piedra de mampostería enripiada y normalmente no solían tener escalera para bajar, se utilizaban de mano. Los pozos tenían un diámetro de entre tres y diez metros y una profundidad de entre tres y doce metros (unos siete metros la ma­yoría de las veces); casi todas tenían cubierta, que en pocas ocasiones se ha conservado. Esta era unas veces en forma de cúpula de piedra, otras con te­chumbre cónica o a dos aguas recubierta de ramas o tejas, o bien taponada con vigueta y tablones sellados con terrones de tierra o lajas de piedra.

El suelo, ligeramente inclinado hacia un de­sagüe, se halla enlosado y sobre éste se asienta un elevado entarimado de madera, separado del suelo por poyos de piedra, que dejan un espacio por el que discurre el agua que resulta del deshielo de la nieve acumulada en el pozo. Esa agua, perjudicial para la conservación de la nieve, saldría al exterior por el correspondiente desagüe.

Las neveras de mejor construcción permitían una mayor limpieza del hielo, que no se contami­naría con tierra y materiales vegetales o animales, prolongando a su vez la conservación del frío in­terior. Los pozos en formas redondeadas eran más fáciles de recubrir y tenían menos capacidad de emisión de calor radiante y conductivo, por care­cer de esquinas y disponer de menos superficie en relación a un volumen dado.

Las neveras de "distribución" eran las construidas en los cascos urbanos y su función era guardar la nieve bajada de los pozos productores para su conservación y posterior venta al ciudadano.

Las neveras o pozos de nieve se encontraban en las afueras de la población y conservaban el hielo durante meses.

Las inversiones en la construcción de pozos de nieve eran afrontadas con recursos municipales, estatales y también por comunidades religiosas, que se garantizaban su propio suministro.