![Cúpula de la Nevera](/fotos_reducidas/9/9/8/00683998.jpg)
¿Cómo se llenaban?
En otoño se recogían elementos vegetales como las hojarascas del monte, ramas o cañas y se cortaban helechos que serían utilizados en las neveras como elementos aislantes.
Se recogía la nieve, en el entorno más inmediato a la nevera, a finales del invierno y comienzos de la primavera. Los obreros especialistas en su llenado cortaban la nieve con palas y la transportaban hasta la boca del pozo en cestos, trineos o en bolas, si la inclinación del terreno lo permitía. Aquí comenzaba el trabajo duro: en el interior del pozo se iban depositando las cargas de nieve, donde se machacaba y apisonaba con los pies, palas y pisones de madera hasta formar una masa de hielo compacta y sin huecos, lo más homogénea posible, para disminuir el volumen ocupado y conservarse durante más tiempo sin licuarse. Normalmente se hacía en capas sucesivas para facilitar la labor de extracción del hielo. Dichas capas, de 30 a 50 cm de espesor se alternaban con otras de hojarasca, helechos o paja, cuidando de no dejar huecos en el relleno y de no colocar demasiada paja para evitar que esta fermentase desprendiendo calor. Las paredes eran forradas por cañas o ramas de hojas secas a medida que se iba llenado el pozo, evitando el contacto directo con la pared de piedra.
La dureza del trabajo debía de ser impresionante. Los trabajadores de la nieve no disponían de las prendas de abrigo ni calzados adecuados a las condiciones del frío acumulado en el interior del pozo. Cuanto más grande fuera la nevera mejor se conservaba el hielo; se necesitan 5.000 kilos para formar un bloque mínimamente perdurable, calculándose unos 500 kilos por metro cúbico. Se trataba de llenarlo y mantenerlo sólido hasta el verano.
¿Cómo se repartía la nieve?
El hielo, cortado en pequeños bloques con hachas o sierras en el interior del pozo, se desempozaba extrayéndolo con una polea hasta la superficie. Se embalaba en cajas de madera o se cubría con telas y envolvía en sacos. Tales bloques de hielo eran trasladados por los trajineros, una vez cubiertos con helechos y terrones para evitar su deshielo, sirviéndose de caballerías con serones o de carros, a diversas poblaciones con destinos tales como tabernas, posadas, hospitales o casas señoriales. En estas últimas el hielo se utilizaba preferentemente para suministrar las primeras neveras domésticas donde conservar los alimentos (carnes y pescados), así como refrescar el agua y otras bebidas. Cuando llegaba a su destino, se vendía -limpio de elementos vegetales- por libras o arrobas pesadas con balanza y comprobaban las condiciones de calidad y limpieza. En las épocas calurosas, el hielo era trasladado preferentemente de noche, para evitar el calor del sol.
¿Para qué se usaba?
Durante los siglos anteriores a la era industrial disponer de hielo o nieve en la época estival fue una necesidad tan básica como es hoy disponer de una nevera en el hogar.
Fue usado principalmente con fines terapéuticos, así como para la fabricación y conservación de fármacos y recetas.
Eran aprovechadas sus propiedades curativas en usos como:
Sedante: La adición de hielo en baños fríos o su aplicación sobre la piel en bolsas elaboradas con vejigas de cerdo calmaba cefaleas, dolores producidos por traumatismo de huesos, quemaduras o desgarros y sobre todo rebajaba la fiebre en múltiples afecciones (meningitis, escarlatina, gripe, peste, fiebres tifoideas y amarilla...).
Anestesiante: Era utilizado con este fin en la práctica de la cirugía.
Astringente: Detenía hemorragias al tiempo que las higienizaba.
Excitante: Para estreñimientos, dolencias de vejiga o de abdomen.
El hielo era también aprovechado en el área de la alimentación para conservar carne, leche, frutas y pescados; elaborar bebidas y refrescos, granizados y helados de varios sabores; transportar alimentos perecederos hacia núcleos rurales o urbanos.
En otoño se recogían elementos vegetales como las hojarascas del monte, ramas o cañas y se cortaban helechos que serían utilizados en las neveras como elementos aislantes.
Se recogía la nieve, en el entorno más inmediato a la nevera, a finales del invierno y comienzos de la primavera. Los obreros especialistas en su llenado cortaban la nieve con palas y la transportaban hasta la boca del pozo en cestos, trineos o en bolas, si la inclinación del terreno lo permitía. Aquí comenzaba el trabajo duro: en el interior del pozo se iban depositando las cargas de nieve, donde se machacaba y apisonaba con los pies, palas y pisones de madera hasta formar una masa de hielo compacta y sin huecos, lo más homogénea posible, para disminuir el volumen ocupado y conservarse durante más tiempo sin licuarse. Normalmente se hacía en capas sucesivas para facilitar la labor de extracción del hielo. Dichas capas, de 30 a 50 cm de espesor se alternaban con otras de hojarasca, helechos o paja, cuidando de no dejar huecos en el relleno y de no colocar demasiada paja para evitar que esta fermentase desprendiendo calor. Las paredes eran forradas por cañas o ramas de hojas secas a medida que se iba llenado el pozo, evitando el contacto directo con la pared de piedra.
La dureza del trabajo debía de ser impresionante. Los trabajadores de la nieve no disponían de las prendas de abrigo ni calzados adecuados a las condiciones del frío acumulado en el interior del pozo. Cuanto más grande fuera la nevera mejor se conservaba el hielo; se necesitan 5.000 kilos para formar un bloque mínimamente perdurable, calculándose unos 500 kilos por metro cúbico. Se trataba de llenarlo y mantenerlo sólido hasta el verano.
¿Cómo se repartía la nieve?
El hielo, cortado en pequeños bloques con hachas o sierras en el interior del pozo, se desempozaba extrayéndolo con una polea hasta la superficie. Se embalaba en cajas de madera o se cubría con telas y envolvía en sacos. Tales bloques de hielo eran trasladados por los trajineros, una vez cubiertos con helechos y terrones para evitar su deshielo, sirviéndose de caballerías con serones o de carros, a diversas poblaciones con destinos tales como tabernas, posadas, hospitales o casas señoriales. En estas últimas el hielo se utilizaba preferentemente para suministrar las primeras neveras domésticas donde conservar los alimentos (carnes y pescados), así como refrescar el agua y otras bebidas. Cuando llegaba a su destino, se vendía -limpio de elementos vegetales- por libras o arrobas pesadas con balanza y comprobaban las condiciones de calidad y limpieza. En las épocas calurosas, el hielo era trasladado preferentemente de noche, para evitar el calor del sol.
¿Para qué se usaba?
Durante los siglos anteriores a la era industrial disponer de hielo o nieve en la época estival fue una necesidad tan básica como es hoy disponer de una nevera en el hogar.
Fue usado principalmente con fines terapéuticos, así como para la fabricación y conservación de fármacos y recetas.
Eran aprovechadas sus propiedades curativas en usos como:
Sedante: La adición de hielo en baños fríos o su aplicación sobre la piel en bolsas elaboradas con vejigas de cerdo calmaba cefaleas, dolores producidos por traumatismo de huesos, quemaduras o desgarros y sobre todo rebajaba la fiebre en múltiples afecciones (meningitis, escarlatina, gripe, peste, fiebres tifoideas y amarilla...).
Anestesiante: Era utilizado con este fin en la práctica de la cirugía.
Astringente: Detenía hemorragias al tiempo que las higienizaba.
Excitante: Para estreñimientos, dolencias de vejiga o de abdomen.
El hielo era también aprovechado en el área de la alimentación para conservar carne, leche, frutas y pescados; elaborar bebidas y refrescos, granizados y helados de varios sabores; transportar alimentos perecederos hacia núcleos rurales o urbanos.