CUENTO (SEGUNDA PARTE)
Querer es poder. Y cuando dos personas desean algo, no hay nada ni nadie que pueda evitar lo contrario.
Volvieron a verse y al mirarse a los ojos tuvieron la sensación de que el tiempo se había detenido veinte años y a los dos les pareció haberse visto ayer mismo.
Estaban solos en una habitación de hotel. Ella se abrazó a su torso y se arrodilló a sus pies. “No sabes cuánto te quiero”- dijo ella completamente derrumbada. “Hazme el amor” –le pidió.
él nunca había imaginado que la mujer que tanto le amaba, aquella niña que se enamoró de él hacía tantos y tantos años, nunca había dejado de quererle. Y fue ese día cuando tuvo la certeza de que era ella la mujer con quien quería pasar el resto de su vida.
Ella, sin mediar palabra, fue desnudándole poco a poco. Le gustaba desabrocharle la camisa lentamente, botón a botón, y disfrutaba con cada pedacito de piel que le descubría. Cuando estuvo completamente desnudo ella se quitó lo único que parecía que podía estorbarle; se subió la falda, se quitó la ropa interior y se sentó sobre el sexo de él quien la miraba desconcertado pero feliz de volver a sentirla suya.-
Cayó de espaldas sobre la cama, desfallecido, pero ella no dejaba de cabalgar como una potrilla desbocada, enfurecida, desesperada.
él no dejaba de mirarla y de sonreír. “No te rías así”- dijo ella- y cerró los ojos un segundo como para querer evitar esa sonrisa que tanto la excitaba. Y él, que la conocía desde niña, sabía que con aquel “no te rías” ella le estaba pidiendo justamente lo contrario. Y siguió mirándola y sonriéndola con su preciosa y pícara sonrisa hasta que ella se desplomó sobre su pecho.
Cuando llegaron al Cielo se devolvieron mil miradas de amor el uno al otro y decidieron ser valientes.
Te toca...
Querer es poder. Y cuando dos personas desean algo, no hay nada ni nadie que pueda evitar lo contrario.
Volvieron a verse y al mirarse a los ojos tuvieron la sensación de que el tiempo se había detenido veinte años y a los dos les pareció haberse visto ayer mismo.
Estaban solos en una habitación de hotel. Ella se abrazó a su torso y se arrodilló a sus pies. “No sabes cuánto te quiero”- dijo ella completamente derrumbada. “Hazme el amor” –le pidió.
él nunca había imaginado que la mujer que tanto le amaba, aquella niña que se enamoró de él hacía tantos y tantos años, nunca había dejado de quererle. Y fue ese día cuando tuvo la certeza de que era ella la mujer con quien quería pasar el resto de su vida.
Ella, sin mediar palabra, fue desnudándole poco a poco. Le gustaba desabrocharle la camisa lentamente, botón a botón, y disfrutaba con cada pedacito de piel que le descubría. Cuando estuvo completamente desnudo ella se quitó lo único que parecía que podía estorbarle; se subió la falda, se quitó la ropa interior y se sentó sobre el sexo de él quien la miraba desconcertado pero feliz de volver a sentirla suya.-
Cayó de espaldas sobre la cama, desfallecido, pero ella no dejaba de cabalgar como una potrilla desbocada, enfurecida, desesperada.
él no dejaba de mirarla y de sonreír. “No te rías así”- dijo ella- y cerró los ojos un segundo como para querer evitar esa sonrisa que tanto la excitaba. Y él, que la conocía desde niña, sabía que con aquel “no te rías” ella le estaba pidiendo justamente lo contrario. Y siguió mirándola y sonriéndola con su preciosa y pícara sonrisa hasta que ella se desplomó sobre su pecho.
Cuando llegaron al Cielo se devolvieron mil miradas de amor el uno al otro y decidieron ser valientes.
Te toca...