AQUELLA NOCHE DE MISTERIOS DE 1954.
Aquella noche de septiembre de 1954, las sombras parecían que corrían y avanzaban, sobre aquella carretera de la provincia de Valladolid. Un hombre con su maleta acuestas, se dirigía hacia la estación de ferrocarril, donde en pocas horas, pensaba subir en el tren, que le llevaría a Bilbao. Eran aproximadamente las dos de la madrugada, aquel tren, que él tenía pensado hacer el viaje, saldría de aquella estación a las cuatro de la madrugada, y aunque su salida de la villa donde nació y vivió hasta aquel día, era de ocho kilómetros, precisaría cómo dos horas para recorrer dicho camino, todo parecía normal, hasta que cierto ruido le sobresalto, miro hacia el cielo, y de pronto una nave misteriosa, le pasaba por encima de su cabeza, cómo a unos cuatros metros de altura, su miedo fue atroz, pensó tirarse al suelo, y tratar de esconderse en un viñedo, que bordeaba la carretera de tierra y cantos, pero le parecía que aquello no era real ni normal, con su maleta sobre el hombro, trato de caminar, sin perder de vista aquel objeto, que para él, era completamente desconocido, le faltaban unos cinco kilómetros para llegar a dicha estación, más sus piernas le temblaban de miedo, su cuerpo sentía cómo sudor y a la vez escalofríos. Era la noche de su marcha, su caminata con la maleta acuestas, y en ella metida su poca ropa, y algún recuerdo, el joven de momento veía correr sombras por las fincas que habían sido rastrojos, los viñedos aún por vendimiar, eran cómo saltos de luces intermitentes de colores, y el joven temblando se quería envalentonar, pensando en lo que le tocaría pasar en tierras vascas, en aquella inmigración forzosa, ya que su trabajo era nulo, y la única solución posible, era marcharse a Baracaldo, donde tenía algún familiar próximo, que le ayudaría a salir adelante, las pisadas que el joven iba dando, parecían ser cómo repetidas sobre el ambiente nocturno, de aquella noche más bien estrellada, cada metro que avanzaba, le parecía un milagro, sobre aquella carretera de tierra y cantos, no se movía ni un alma, o por lo menos eso parecía cuando miraba alrededor, y tan solo en la lejanía sentía los ecos de unas ovejas balando, en algún corral de teleras de verano, y los ladridos de algún perro, de pastor cuidándolas. De pronto la nave parece que dio la vuelta, y el joven sin pensarlo demasiado, se metió dentro de un viñedo, que estaba al lado de la carretera, el temblor de su cuerpo, le hacía sudar, y algún escalofrío le pasaba por su mente. Pero no hizo ni un movimiento, ante tal situación, la nave paso por encima del joven a la misma distancia que la primera vez, pero está vez ya dándose cuenta, que no era nada de este mundo, sí no un objeto extraterrestre. No le dio por probar ni una uva de aquel viñedo, tan solo cuando la nave se encontraba, cómo a unos dos kilómetros se levanto, del suelo, y empezó una carrera en dirección a la estación, con la sombra que su cuerpo daba sobre el suelo, en aquella noche de luna clara. Aquel joven acostumbrado a madrugar, y trasnochar, aquello le parecía un misterio grande, sus ojos parecían llorar, y las fuerzas le flaqueaban, pero sus prisas por llegar a subir en dicho tren, le dieron en aquel momento, un paso hacia adelante, ya que con tan solo diez minutos de adelanto, pudo subir al tren, para iniciar esa nueva vida, en tierras de Vascongadas, y así poder guardar en su memoria, aquella noche de la despedida, donde los misterios se quedaron atrás. G X Cantalapiedra…
Aquella noche de septiembre de 1954, las sombras parecían que corrían y avanzaban, sobre aquella carretera de la provincia de Valladolid. Un hombre con su maleta acuestas, se dirigía hacia la estación de ferrocarril, donde en pocas horas, pensaba subir en el tren, que le llevaría a Bilbao. Eran aproximadamente las dos de la madrugada, aquel tren, que él tenía pensado hacer el viaje, saldría de aquella estación a las cuatro de la madrugada, y aunque su salida de la villa donde nació y vivió hasta aquel día, era de ocho kilómetros, precisaría cómo dos horas para recorrer dicho camino, todo parecía normal, hasta que cierto ruido le sobresalto, miro hacia el cielo, y de pronto una nave misteriosa, le pasaba por encima de su cabeza, cómo a unos cuatros metros de altura, su miedo fue atroz, pensó tirarse al suelo, y tratar de esconderse en un viñedo, que bordeaba la carretera de tierra y cantos, pero le parecía que aquello no era real ni normal, con su maleta sobre el hombro, trato de caminar, sin perder de vista aquel objeto, que para él, era completamente desconocido, le faltaban unos cinco kilómetros para llegar a dicha estación, más sus piernas le temblaban de miedo, su cuerpo sentía cómo sudor y a la vez escalofríos. Era la noche de su marcha, su caminata con la maleta acuestas, y en ella metida su poca ropa, y algún recuerdo, el joven de momento veía correr sombras por las fincas que habían sido rastrojos, los viñedos aún por vendimiar, eran cómo saltos de luces intermitentes de colores, y el joven temblando se quería envalentonar, pensando en lo que le tocaría pasar en tierras vascas, en aquella inmigración forzosa, ya que su trabajo era nulo, y la única solución posible, era marcharse a Baracaldo, donde tenía algún familiar próximo, que le ayudaría a salir adelante, las pisadas que el joven iba dando, parecían ser cómo repetidas sobre el ambiente nocturno, de aquella noche más bien estrellada, cada metro que avanzaba, le parecía un milagro, sobre aquella carretera de tierra y cantos, no se movía ni un alma, o por lo menos eso parecía cuando miraba alrededor, y tan solo en la lejanía sentía los ecos de unas ovejas balando, en algún corral de teleras de verano, y los ladridos de algún perro, de pastor cuidándolas. De pronto la nave parece que dio la vuelta, y el joven sin pensarlo demasiado, se metió dentro de un viñedo, que estaba al lado de la carretera, el temblor de su cuerpo, le hacía sudar, y algún escalofrío le pasaba por su mente. Pero no hizo ni un movimiento, ante tal situación, la nave paso por encima del joven a la misma distancia que la primera vez, pero está vez ya dándose cuenta, que no era nada de este mundo, sí no un objeto extraterrestre. No le dio por probar ni una uva de aquel viñedo, tan solo cuando la nave se encontraba, cómo a unos dos kilómetros se levanto, del suelo, y empezó una carrera en dirección a la estación, con la sombra que su cuerpo daba sobre el suelo, en aquella noche de luna clara. Aquel joven acostumbrado a madrugar, y trasnochar, aquello le parecía un misterio grande, sus ojos parecían llorar, y las fuerzas le flaqueaban, pero sus prisas por llegar a subir en dicho tren, le dieron en aquel momento, un paso hacia adelante, ya que con tan solo diez minutos de adelanto, pudo subir al tren, para iniciar esa nueva vida, en tierras de Vascongadas, y así poder guardar en su memoria, aquella noche de la despedida, donde los misterios se quedaron atrás. G X Cantalapiedra…