AQUEL INMIGRANTE QUE VINO A POR SU FAMILIA,
Era el año de 1952, aquel hombre castellano, inmigrado a la región de Vascongadas, quería reiniciar una nueva vida, y hacia tan solo cuatro meses de su marcha, de aquel lugar, donde el trabajo escaseaba, y estaba muy poco pagado. Más deseaba volver a su villa, para poder traerse a la tierra Vasca, a su esposa e hijos de corta edad, desde la Profunda Castilla. Eran días próximos a la Navidad, y allí en su villa natal, tenía sus padres y hermanos, que celebraron toda la familia las fiestas, en un ambiente cordial, y a la vez de despedida, Fueron brindis con vino de la tierra, pidiendo al futuro suerte y salud, y el resto de hermanos, tratando de unirse en aquellos momentos, donde la vida resultaba difícil, en aquella zona agrícola, Los buenos deseos, fueron las mejores palabras de aquellas fechas, y el día 27, de diciembre, con los colchones acuestas, y poco más equipaje, un carro tirado por dos asnos, (burros), se dirigían a la estación de ferrocarril de Medina del Campo, donde el tren rápido de aquellos años, les trasladarían hasta Bilbao, luego desde allí se dirigirían a Baracaldo, lugar donde el hombre aquel había alquilado media casa, con el llamado derecho a cocina, y que le serviría, para salir adelante, sin pasar muchas calamidades. Todas aquellas jornadas, eran casi repetidas, se marchaba el marido o novio, y sin pasar demasiado tiempo, volvía para llevarse a su esposa e hijos, o sí era novia casarse con ella, para iniciar una nueva vida, Aquella villa castellana, que llego a tener cinco mil habitantes, en los finales del siglo XIX, se quedaba con su población mermada, los negocios desaparecían, y las fraguas, panaderías, boterías, cuberos, carpinterías y otros negocios de autónomos, cómo bares y ventas de cacharrería, se cerraban a menudo, y aquel lugar parecía estar sentenciado, a ser un poco desierto. Las personas que entonces vivieron, aquella dramática emigración a diferentes destinos, se daban cuenta de la situación, y mucho más al ver que las autoridades, de entonces, no trataban de aminorar los daños, incluso dieron malos informes, de personas que lo único que hicieron en su villa, fue trabajar cómo burros, para poder ganarse el pan de cada día, luego hubo años que faltaba la mano de obra, que con el tiempo fue cubierta por gentes venidas de Rumania, que incluso no vivían en esa villa, pero fueron mano de obra, para plantar los hermosos viñedos, que son el orgullo de esa comarca, que estuvo aquellos años a punto de pasar casi al olvido, Baracaldo, Sestao, Santurce, Somorrostro, y el propio Bilbao, fueron lugares donde aquellos hombres, con sus familias, se acomodaron. Quizá años más tarde algunos de ellos, o sus descendientes tomaron otros caminos de inmigración o emigración, Recuerdo la primera vez que pise Baracaldo, hace ahora, 50, años, estando en la Plaza de Los Fueros, me encontré con paisanos míos, que algunos de ellos, jamás le volví a ver, y desde que se marcharon de mí tierra, nunca regresaron a ella, unos por haberse sentido mal, y otros por no volver a ver a ciertos personajillos, que no les caían bien, aquel viaje recorrí muchos lugares, donde sus nombres les había escuchado en mí villa, Hospital de Cruces, el Puente Colgante de Sestao, El Gasolino del Nervión, Las minas de Ortuella al aire libre, La Iglesia de Begoña, en aquella ladera, donde se divisa parte de la ciudad de Bilbao. El andar por aquellos lugares, cómo Sondica, Plencía, incluso Guernica, me hicieron sentir todas aquellas palabras, que muchos de mis paisanos, me habían dicho en tierras de Valladolid, y al pisar sobre la tierra vasca, me encontré con gentes de mí villa, y su forma de vivir alejados de nuestra tierra. Aunque algunos de ellos, se notaba su amor hacia la tierra que les vio nacer.
G X Cantalapiedra.
Era el año de 1952, aquel hombre castellano, inmigrado a la región de Vascongadas, quería reiniciar una nueva vida, y hacia tan solo cuatro meses de su marcha, de aquel lugar, donde el trabajo escaseaba, y estaba muy poco pagado. Más deseaba volver a su villa, para poder traerse a la tierra Vasca, a su esposa e hijos de corta edad, desde la Profunda Castilla. Eran días próximos a la Navidad, y allí en su villa natal, tenía sus padres y hermanos, que celebraron toda la familia las fiestas, en un ambiente cordial, y a la vez de despedida, Fueron brindis con vino de la tierra, pidiendo al futuro suerte y salud, y el resto de hermanos, tratando de unirse en aquellos momentos, donde la vida resultaba difícil, en aquella zona agrícola, Los buenos deseos, fueron las mejores palabras de aquellas fechas, y el día 27, de diciembre, con los colchones acuestas, y poco más equipaje, un carro tirado por dos asnos, (burros), se dirigían a la estación de ferrocarril de Medina del Campo, donde el tren rápido de aquellos años, les trasladarían hasta Bilbao, luego desde allí se dirigirían a Baracaldo, lugar donde el hombre aquel había alquilado media casa, con el llamado derecho a cocina, y que le serviría, para salir adelante, sin pasar muchas calamidades. Todas aquellas jornadas, eran casi repetidas, se marchaba el marido o novio, y sin pasar demasiado tiempo, volvía para llevarse a su esposa e hijos, o sí era novia casarse con ella, para iniciar una nueva vida, Aquella villa castellana, que llego a tener cinco mil habitantes, en los finales del siglo XIX, se quedaba con su población mermada, los negocios desaparecían, y las fraguas, panaderías, boterías, cuberos, carpinterías y otros negocios de autónomos, cómo bares y ventas de cacharrería, se cerraban a menudo, y aquel lugar parecía estar sentenciado, a ser un poco desierto. Las personas que entonces vivieron, aquella dramática emigración a diferentes destinos, se daban cuenta de la situación, y mucho más al ver que las autoridades, de entonces, no trataban de aminorar los daños, incluso dieron malos informes, de personas que lo único que hicieron en su villa, fue trabajar cómo burros, para poder ganarse el pan de cada día, luego hubo años que faltaba la mano de obra, que con el tiempo fue cubierta por gentes venidas de Rumania, que incluso no vivían en esa villa, pero fueron mano de obra, para plantar los hermosos viñedos, que son el orgullo de esa comarca, que estuvo aquellos años a punto de pasar casi al olvido, Baracaldo, Sestao, Santurce, Somorrostro, y el propio Bilbao, fueron lugares donde aquellos hombres, con sus familias, se acomodaron. Quizá años más tarde algunos de ellos, o sus descendientes tomaron otros caminos de inmigración o emigración, Recuerdo la primera vez que pise Baracaldo, hace ahora, 50, años, estando en la Plaza de Los Fueros, me encontré con paisanos míos, que algunos de ellos, jamás le volví a ver, y desde que se marcharon de mí tierra, nunca regresaron a ella, unos por haberse sentido mal, y otros por no volver a ver a ciertos personajillos, que no les caían bien, aquel viaje recorrí muchos lugares, donde sus nombres les había escuchado en mí villa, Hospital de Cruces, el Puente Colgante de Sestao, El Gasolino del Nervión, Las minas de Ortuella al aire libre, La Iglesia de Begoña, en aquella ladera, donde se divisa parte de la ciudad de Bilbao. El andar por aquellos lugares, cómo Sondica, Plencía, incluso Guernica, me hicieron sentir todas aquellas palabras, que muchos de mis paisanos, me habían dicho en tierras de Valladolid, y al pisar sobre la tierra vasca, me encontré con gentes de mí villa, y su forma de vivir alejados de nuestra tierra. Aunque algunos de ellos, se notaba su amor hacia la tierra que les vio nacer.
G X Cantalapiedra.