Encontrándose en peligrosa ruina la Iglesia de Santa María de la Atalaya, y sin posibilidad de una acertada restauración, se proyectó otro templo que supliera su función de Iglesia parroquial, el cual hoy se yergue frente al edificio del Ayuntamiento, en una bella plaza, escorada, con piso de losas y cantos cilíndricos.
Está edificada sobre un solar de la Condesa de Baños y los terrenos de los Mendoza de Arteaga.
Comenzó la obra en el año 1.820 y se tardó 46 años hasta su inauguración: las vicisitudes de las guerras carlistas que tanto afectaron la paz como la economía de la Villa; la resistencia de no pocos románticos que opinaban era más propio y más útil dicho templo en la Atalaya, ya que suplía en sus funciones a la construcción anterior; las consecuencias de los cambios de cargos y responsables, motivados por la inestabilidad política de la nación, contribuyeron a que la obra pareciese eterna. Fue inaugurada el 15 de Agosto de 1.866 (festividad de la Asunción de la Virgen María).
De aspecto imponente, renacentista, quedó con una sola torre realizada, como manca. Cuanto sobraba de arte a la Iglesia de la Atalaya, acumula la actual, de proporciones dignas de una magnífica catedral. Con un tufillo de Partenón griego en su vestíbulo, amplio y desnudo.
La primera impresión del que ingresa en su recinto es de majestuosidad regia, de salón de grandes parlamentos. Una sola nave amplísima, en forma de cruz ochavada, toda centrada bajo la inmensa cúpula (toda su disposición interior recuerda la traza del Panteón romano). Tres coros altos le ofrecen el encanto de poder seguir las funciones religiosas a vista de pájaro.
Nada más que resaltar, aparte de sus proporciones y de la distribución de sus líneas. No se han preocupado de que sus retablos y sus altares tengan algo digno de ser admirado, si exceptuamos algunos frescos del pintor vitoriano Pablo Uranga.
Está edificada sobre un solar de la Condesa de Baños y los terrenos de los Mendoza de Arteaga.
Comenzó la obra en el año 1.820 y se tardó 46 años hasta su inauguración: las vicisitudes de las guerras carlistas que tanto afectaron la paz como la economía de la Villa; la resistencia de no pocos románticos que opinaban era más propio y más útil dicho templo en la Atalaya, ya que suplía en sus funciones a la construcción anterior; las consecuencias de los cambios de cargos y responsables, motivados por la inestabilidad política de la nación, contribuyeron a que la obra pareciese eterna. Fue inaugurada el 15 de Agosto de 1.866 (festividad de la Asunción de la Virgen María).
De aspecto imponente, renacentista, quedó con una sola torre realizada, como manca. Cuanto sobraba de arte a la Iglesia de la Atalaya, acumula la actual, de proporciones dignas de una magnífica catedral. Con un tufillo de Partenón griego en su vestíbulo, amplio y desnudo.
La primera impresión del que ingresa en su recinto es de majestuosidad regia, de salón de grandes parlamentos. Una sola nave amplísima, en forma de cruz ochavada, toda centrada bajo la inmensa cúpula (toda su disposición interior recuerda la traza del Panteón romano). Tres coros altos le ofrecen el encanto de poder seguir las funciones religiosas a vista de pájaro.
Nada más que resaltar, aparte de sus proporciones y de la distribución de sus líneas. No se han preocupado de que sus retablos y sus altares tengan algo digno de ser admirado, si exceptuamos algunos frescos del pintor vitoriano Pablo Uranga.