CRÍTICA PICTÓRICA AL CUADRO DE ALBERTO RODRIGO TITULADO “ESTACIÓN DEL NORTE”
Por Carlos Etxeba
Observando el cuadro de ESTACION DEL NORTE de Alberto Rodrigo he llegado a la conclusión de que el pintor se ha dejado llevar de un proceso de exaltación colorística al estilo de los pintores franceses impresionistas.
Las sombras de hacen luminosas, desplegando mil matices ocultos en la estrechez de su ámbito oscuro. La luz despliega todo su esplendor cromatíco, encendiendo con sus rayos luminosos como en llamas la vivacidad de la parte superior del cuadro donde ha colocado las casas que rodean el arco de entrada de la estación.
Aquí empieza el contraste combativo entre la luz y las sombras. Dentro de este arco de entrada todo está en sombras, pero son unas sombras muy variadas que hacen contrapunto a todo el arco de matices de la luz superior fuertemente desplegada en la parte superior del cuadro.
Los hierros y cristales de la estación sufren una metamorfosis colorística combativa. La sombra ennegrece los hierros y vías de la estación mientras que los cristales en el plano cenital del techo se iluminan con todos los colores que absorben del medio ambiente de un día luminoso.
El agua de los charcos que quedan entre las vías sufre delirios luminosos por salir de sus espesas sombras y va recogiendo sutilmente todos los colores circundantes de los reflejos diminutos que la iluminan. Hay un diálogo cromátíco entre una sombra semiiluminada que entra furtivamente por la parte izquierda del cuadro y la luz de las vidrieras que lucha por romper las sombras circundantes.
Hasta las vias reciben dinimutos reflejos lumosos direccionales en lineas rectas que converjen al fondo del cuadro en el punto de fuga, unificando todo el conjunto ferroviario.
El pintor ha sabido plasmar todos los matices dispersos de rayos moribundos y luces que se arrastran entre las vías del suelo para morir en la oscuridad lóbrega de una estación ferroviaria. La lobreguez de la estación se ve alividada por la luz que se dispersa furtivamente por las paredes laterales y que ha quedado aprisionada entre los charcos de lluvia y en la humedad de todo el conjunto.
Así es como yo veo este hermoso cuadro de Alberto Rodrigo.
Por Carlos Etxeba
Observando el cuadro de ESTACION DEL NORTE de Alberto Rodrigo he llegado a la conclusión de que el pintor se ha dejado llevar de un proceso de exaltación colorística al estilo de los pintores franceses impresionistas.
Las sombras de hacen luminosas, desplegando mil matices ocultos en la estrechez de su ámbito oscuro. La luz despliega todo su esplendor cromatíco, encendiendo con sus rayos luminosos como en llamas la vivacidad de la parte superior del cuadro donde ha colocado las casas que rodean el arco de entrada de la estación.
Aquí empieza el contraste combativo entre la luz y las sombras. Dentro de este arco de entrada todo está en sombras, pero son unas sombras muy variadas que hacen contrapunto a todo el arco de matices de la luz superior fuertemente desplegada en la parte superior del cuadro.
Los hierros y cristales de la estación sufren una metamorfosis colorística combativa. La sombra ennegrece los hierros y vías de la estación mientras que los cristales en el plano cenital del techo se iluminan con todos los colores que absorben del medio ambiente de un día luminoso.
El agua de los charcos que quedan entre las vías sufre delirios luminosos por salir de sus espesas sombras y va recogiendo sutilmente todos los colores circundantes de los reflejos diminutos que la iluminan. Hay un diálogo cromátíco entre una sombra semiiluminada que entra furtivamente por la parte izquierda del cuadro y la luz de las vidrieras que lucha por romper las sombras circundantes.
Hasta las vias reciben dinimutos reflejos lumosos direccionales en lineas rectas que converjen al fondo del cuadro en el punto de fuga, unificando todo el conjunto ferroviario.
El pintor ha sabido plasmar todos los matices dispersos de rayos moribundos y luces que se arrastran entre las vías del suelo para morir en la oscuridad lóbrega de una estación ferroviaria. La lobreguez de la estación se ve alividada por la luz que se dispersa furtivamente por las paredes laterales y que ha quedado aprisionada entre los charcos de lluvia y en la humedad de todo el conjunto.
Así es como yo veo este hermoso cuadro de Alberto Rodrigo.