ORTUELLA: LAS MALDICIONES ARROJADAS SOBRE SU PENOSO DESTINO....

LAS MALDICIONES ARROJADAS SOBRE SU PENOSO DESTINO.
Aquel joven con solo diecisiete años, empezaba su camino hacia lo desconocido, era el año de 1957, cuando aquella mañana arranco de su lugar de origen, tan solo se despidió de un vecino y sus padres, que al verle marchar con una maleta pequeña al hombro, se les partía el corazón, el joven marchaba a poder subirse en el coche de línea, que le llevaría a la ciudad de Valladolid, donde allí tendría que buscar la estación de ferrocarril del Campo Grande, para poder subir al tren llamado rápido, que le trasladaría hasta Bilbao, parece que aunque aquel joven no había salido de su villa natal, no tuvo muchos problemas ni inconvenientes, para empezar su camino a la emigración forzosa, durante su caminar por la ciudad de Valladolid, que él nunca la había visitado, se dio cuenta de sus edificios y sus automóviles, y sin mucha demora llegó a comprar el billete del tren, con el que pronto inicio su marcha, por las tierras castellanas. Al estar en su asiento del vagón de tercera, empezó a ver cómo los paisajes de la meseta, eran muy parecidos a los de su lugar de nacimiento, tan solo que había menos viñas, y quizá menos pinos piñoneros, pero las gentes de las estaciones y del propio tren, eran todos parecidos físicamente a sus paisanos. El viaje hasta Bilbao, no le resulto aburrido, aunque aquel rápido, tardase más de cinco horas en hacer el recorrido. Una vez en Bilbao, algún familiar cercano cómo era un primo hermano, le estaba esperando, para llevarle a su casa y informarle sobre su propio trabajo, que parecía estar contratado antes de ir a visitarlo. Eran las minas de Ortuella, al aire libre, donde los barrenos a diario, movían las tierras donde saldría después el hierro en los hornos de Vizcaya. Aquel joven tuvo que acostumbrarse aún trabajo duro, con vagonetas de trasladar el mineral, hasta una estación cercana, donde desde allí se llevaba, a los altos Hornos y demás fundiciones de la ría del Nervión. Todo aquel ambiente de lluvia chirimiri, era lo más normal de toda su jornada, en algunas fechas, el joven llego a maldecir su mala suerte, aunque el dinero no le faltase, durante todo aquel tiempo que paso trabajando en las minas, donde llego a conocer a gente muy humana, que le ayudaron siempre a salir airoso, de su trabajo penoso, hasta que le avisaron que tenía que cumplir su servicio militar, y está vez la mala suerte le acompañaba, su destino era el Sahara, o sea África, la parte más alejada de España, y donde más tiempo estaría sin poder regresar a la península. Tuvo que presentarse en la caja de reclutas, de Valladolid, que fue el lugar donde se sorteo, y desde allí en un viaje de varios días llegar a las tierras africanas, donde en aquellos años corrían malos tiempos, pero que el joven no parecía importarle demasiado. Aquellos dieciséis meses seguidos, haciendo guardia en pleno desierto, en destacamentos aislados de las poblaciones, le hicieron mucho más duro que la propia mina, el fusil Máuser, siempre preparado para evitar cualquier emboscada, que en aquellos años todo parecía posible, el Siroco que es un viento que a las personas les deja ciegos en el desierto, le parecía terrible por perder la visibilidad, los días cuando azotaba sin piedad, y su tiempo de duración, que podía ser de hasta tres días seguidos, todo aquello que para él era nuevo, fue motivo de maldecir su propio destino, de vez en cuando se lamentaba, con frases que apenas las pronunciaba por miedo a ser escuchado y arrestado, ya que en aquellos años, no podías hacer ninguna reclamación, dentro del servicio militar, y tan solo la voz entre cortada y baja le servía para poder desahogarse de aquella situación, en la que la vida le llevo. Una vez cumplido su servicio militar volvió de nuevo a su Castilla natal, donde empezó una nueva vida dentro de la ciudad de Valladolid, donde la suerte parece que le ayudo a poder olvidar, todos aquellos malos días, que tuvo que pasar por tierras africanas, y su antiguo trabajo en la mina aunque fuera al aire libre. Luego pasado el tiempo, en el mes de agosto con unos amigos de la infancia, en una merienda en la villa donde nació, conto aquel joven con señas, y detalles su historia de penumbras y maldiciones, que les dejaron a sus amigos con los ojos como platos, sin saber que decir, de tan penosa historia real, que sabían que era cierta, pero que él tenía escondida, para no causar ninguna lastima. G X Cantalapiedra.