Un gitano en la barbería
Esto no es cuento, es verdad como la vida misma y ocurrió en la barbería del hermano de Curro.
Estando yo, aprendiendo el oficio de barbero y sin saber siquiera enjabonar una barba, entró en la barbería un gitano delgadillo para que lo afeitara Antonio (eso es lo que yo creí). Pero cual fue mi sorpresa, cuando va mi maestro y me dice: Manuel
empieza a enjabonarle la cara. Claro, alguna vez tenía que ser la primera. Así que echándole más valor que un torero, tomo la brocha de aquella mesa donde estaban las herramientas y también la barra de jabón y le digo al gitano: siéntate en este sillón (era un sillón que había apoyado sobre la pared y a la derecha de la entrada).
Mientras Antonio iba arreglando a otro hombre en el sillón colocado frente al espejo, yo empecé a remojar los cuatro pelillos del gitano que estaba todo estirado en aquel sillón de madera. Al cabo de unos dos minutos, tenía al gitano enjabonado hasta la nariz y las orejas. El pobre hombre no podía respirar. Yo sudaba las gotas muy gordas y me dí cuenta que mi maestro me miraba de reojo pero no decía nada. Cuando ya tenía al gitano bien re mojado, me dirigí a Antonio y le dije que ya había terminado el enjabonado. ¡Pero me llevé otra sorpresa! Me dijo que lo afeitara yo. A mí se me caía el alma porque jamás había cogido una navaja tan enorme. Y que navaja me daría mi maestro, porque cuando se la puse al gitano sobre la patilla, veo que se me estira en el sillón de tal manera, que casi pisa a un hombre que había sentado en el banco que había en frente y cuando deslicé aquella cosa por la cara del pobre gitano, veo que se le cae un lagrimón y poniéndose casi de puntillas, me dice: ¡Jezú hijo, ci ezo parece un razcaor! Mi maestro no sabía como mantener la risa mientras yo, sudaba por todos lados. Así, es como empecé a dar mis primeros pasos de barbero. No os canso más. Un abrazo de Manuel Méndez.
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