Pues ya ves paisanete, aquí estamos de nuevo a nuestra edad, sin la maleta de tablas a los hombros pero como si la lleváramos. Es el siglo XXI, en los acabose ya del año doce. Con nuestros berrinches de viejos chochos y nuestros achaques. Y nuestras manías adquiridas y amasadas en un largo viaje hacia ninguna parte buscando siempre nuestras identidades. ¿Tú te acuerdas chacho? Sería a mediados de la década de los cuarenta del siglo pasado, año arriba año abajo, cuando nos echaron al mundo nuestras respectivas madres. Con mil fatigas y con mucha hambre; unos más que otros, nos fueron criando. Algo enclenques, eso sí, todo hay que decirlo. No eran años aquellos para tirar cohetes y menos aún, para padecer bulimia y otras de esas enfermedades propias de los hartazgos porque no teníamos nada, solamente dos manos, dos piernas y dos cabezas de las cuales, como ahora, una sola era para pensar y la otra era para calarnos la boina capada hasta las cejas. Chacho, ¿tú te acuerdas? Metimos los cuatro trapillos en una maleta de aquellas que hacían el Trolorongo o el Galera; que también eran músicos y recuerdo ahora que, uno tocaba el saxo y el otro el tambor y los platillos aunque, no podría decirte cuál de ellos se defendía mejor o peor con uno u otro instrumento en su boca o manos y, ¡hale hop!, a otros pueblos, en otras tierras, otros mundos, otras ciudades y otros pueblerinos y ciudadanos y otros acentos y otras lenguas y descubrimos, que había vida más allá de los estrechos y hoy ya secos cauces de los regatos María Antonia y Tardamasa. Y poco a poco fuimos enraizando en algún lugar del ancho mundo y a pesar o contra el parecer de los políticos de turno. Y cada día nos fuimos olvidando un poco más de nuestras infantiles querencias y llegó un momento, enfrascados como estábamos en nuestras propias vivencias para sobrevivir, que llegaron a pasar décadas enteras sin que se nos pasara siquiera por la cabeza el retorno a los lugares donde jugábamos o nos peleábamos cuando éramos chicos. Ya ves, es la vida bobo, como diría aquél pero, donde hubo fuego siempre quedan rescoldos y claro, la cabra tira al monte siempre y eso, también es ley de vida.
Un día, en alguna feria, te encuentras sentado en torno a alguna mesa de la Plaza Chica o de la Grande, desubicado, fuera de contexto, ya casi sin captar las ironías o las frases con retranca al uso y, hablando hablando, uno de los de allí, quizá el más sabihondo o patriota o patriotero y quizá más joven que tú, va y suelta esa frase lacerante que se te clava en el alma: “yo, jamás me iré de mi tierra porque esta es mi patria y aquí están enterrados mis ancestros”. Y tú, que te has hecho observador a base de mirar caras y analizar y reacciones, lo miras a los ojos y no ves más que la llama viva del incendio provocado por un simple. Pero la frasecita te va corroyendo lentamente las entrañas y poco a poco comprendes que si tu hubieras tenido allí todo lo que ha tenido desde su nacimiento el presunto filósofo, tampoco te habrías ido a recorrer el mundo y no por placer precisamente.
Pero fíjate paisano, ahora de nuevo, nuestros hijos, de algunos nuestros nietos ya, que además de estar en posesión de aquellos únicos valores que nosotros teníamos cuando levantamos el vuelo tienen, una sólida formación humana y profesional, pero se van, se van a otros países, a oír otros acentos y aprender otras costumbres y lenguas. Porque a la fuerza ahorcan. Porque este sitio donde vivimos ha sido devastado por gente sin escrúpulos, por trileros de esos que se les llena la boca con la palabra España o de los que dicen que son los que más aman a su patria chica o grande. Por gente que no irá nunca a la cárcel y menos, con las leyes del Código Gallardón que, aparte de no hacer ni puñetera falta, sólo tiene previsto que sea usado y abusado contra los robagallinas de siempre y, contra la gente así como tú y como yo, que sólo tiene dos cabezas, dos manos, y dos piernas. Para salir corriendo si ves venir hacia ti a los guardias de la porra acorazados como si fuesen a la guerra contra un enemigo dotado de fuerzas extraordinarias. Pero a ver quien corre ahora mucho tiempo si el ciático te está haciendo polvo y el úrico se te dispara en cuanto te pasas con el vinazo.
A fin de cuentas, ya sólo somos yayoflautas, iaioflautas si, de esa gente a los que ese ministro hijo o nieto de “gente de bien” al que todavía no hemos visto con su camisa azul y sus yugos y sus flechas, llama anarquistas o cosas muy malas porque secundan una huelga de estudiantes que, si consiguen pagar las tasas que él y otros como él han puesto y, terminan sus respectivas carreras, se tendrán que ir como tantos y tantos cientos de hijos o nietos nuestros sobradamente cualificados pero sin empleo siquiera como mileuristas en esta España suya de ellos, a trabajar a Alemania o a Suiza, como nosotros hicimos un día, pero sin maleta de tablas ni con los recuerdos de su infancia y adolescencia porque, no le caben en esas modernas con ruedecitas. Pero mirando hacia atrás con la misma ira y rabia aunque todavía no se hayan dado cuenta pues, el germen ya lo tienen dentro.
Quizá algún día vengan por Navidad o por la feria. O quizás no y entonces, quizás, algunos piensen que esta España tuya, mía, suya, de ellos, ha malgastado un tiempo y unos esfuerzos y una juventud, cuyos conocimientos, esfuerzos y logros si los hay, serán aprovechados por otros pueblos y naciones que no han tenido arte ni parte en su formación.
Salud.
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