LOS SEGADORES (I)
Al día de hoy, podemos ver documentales en los que pretenden recrear lo que fue la siega entonces y donde el supuesto segador empuñando torpemente una hoz corta el grano a machetazos. Lo cierto es que nunca se segó así, y solamente la hierva tuvo ese tratamiento. Los segadores que vimos por estas tierras tomaban la mies, que así se llama al cereal maduro, en una brazada sobre la pierna opuesta a la mano que manejaba la hoz y con el brazo la sujetaba mientras, y a pulso, pasar la hoz a unos centímetros del suelo tirando hacia él y cortando cada uno de los tallos que contenía la brazada, acción que producía un sonido característico audible a cierta distancia cuando eran varios los segadores. El jefe de cuadrilla o capataz, que llamaban primera hoz, solía ser un segador experimentado y por lo general el encargado de hacer la contrata con el propietario de la finca a segar, de ponerse de acuerdo con él sobre las condiciones, el sueldo, y si era o no con compango, que así llamaban entonces a la comida de segadores, sucediendo, que si así fuera, y el propietario alimentaba a los segadores, el ajuste se hacía por equis duros y mantenidos, el jornal y mantenidos. Solía incluir alojamiento, por lo general una panera donde dormían los segadores con un saco de paja por colchón, y arropados con la manta mulera si refrescaba en la madrugada. Otras veces, el ajuste incluía un carro de paja, algún saco de cereal, o incluso, he conocido un segador que gano: 26 duros y mantenido, un carro de garrobaza, y un par de alpargatas de esparto.
Tratándose la alimentación de los segadores de la voluntad del amo, que así gustaban llamar al propietario de tierras, y más aún solía gustarle a él ser llamado el amo o el señorito, variaba dependiendo de la generosidad del mismo, pues, mientras unos comían poco y mal, otros fueron alimentados con cierta generosidad.
De modo que, como decía Emeterio Sánchez, de modo que, en la casa del amo dadivoso y bueno, desayunaban al alba los segadores: un mendrugo de pan blanco, una onza de chocolate, y una copa de aguardiente. A las 10 de la mañana y ya en las tierras se servía el almuerzo, cuando llegaba el muchacho, el pigorro, que realizaba las tareas auxiliares y sencillas del campo, como la de trillique, llevar la comida y el agua a los segadores o acarrear cántaros de agua desde el Caño Viejo para el consumo de la casa del amo, hacer recados o disponer la comida para los animales, trayendo en las aguaderas las sopas de ajo, huevos fritos, uno para cada segador, nunca más, o algo de farinato o morcilla frita.
A la una volvía el mozo con la comida, con la olla o cocido, compuesto de sopa o fideos, garbanzos, chorizo, relleno y tocino, y muy raramente con algo de carne de oveja. Una pequeña siesta reparadora después de la comida a la sombra de unos haces, algún árbol, o un techo improvisado con la manta, disponía a los segadores para la faena hasta las 6 de la tarde en que en un ligero descanso comían, si lo había, un mendrugo de pan y algún resto de las viandas del cocido de mediodía. A las 10 de la noche y ya en la panera donde después dormirían, a la luz de los candiles se servía la cena: alubias, patatas, lentejas, coles, etc. solían formar parte de la comida nocturna de los segadores, en casos excepcionales y si había algo que celebrar, tal que, terminar con bien y en tiempo la siega de una finca, o la fiesta de Santiago Apóstol el día 25 de Julio, único día de descanso de los segadores, se servía para la cena escabeche de barril con aceitunas y aliñado con pimentón y cebolla, regado todo ello con un cántaro de vino, o de tantos cuartillos para cada segador. Esos días se cantaba o se improvisaba un baile aunque fuera con una lata, y mozos y mozas bailaban felices olvidando lo fatigoso de la siega.
Cuesta creer en la actualidad que esta alimentación proporcionara energía suficiente para soportar jornadas de doce o más horas, pues justo es decir que fue la siega una de las más duras tareas agrícolas debido a las condiciones en las que se realizaba: fuertes calores por la época de la recolección en los campos, jornadas maratonianas de sol a sol, picaduras de insectos o plantas punzantes, y el cuerpo doblado todo el día sobre el cereal respirando el polvo que desprende la mies, hacían como ya ha sido dicho, una de las tareas más duras e ingratas relacionadas con la agricultura. Quien no haya segado nunca, solamente en modo parcial y aproximado podrá hacerse una idea de la dureza de esta faena.
En la casa del amo tacaño y malo, la alimentación de los segadores consistía básicamente en: sopas de ajo, patatas, garbanzos y tocino.
Contaba un señorito del pueblo que él desayunaba solamente un tazón de leche migada, un huevo frito y una tajada de longaniza, pero, hay que ver que tragones los segadores, que se comen un barreño de sopas y no se cansan de comer. Y eso que era de los amos buenos.
Hora es ya de ponerse a la faena y contar en este espacio algunas particularidades de la siega.
El mayoral, jefe de cuadrilla, o hablando con propiedad, el primera hoz, iniciaba la siega abriendo calle con tres cerros, y dependiendo de la capacidad y profesionalidad del mismo, juntaba sobre su pierna, dos, tres o más gavillas para depositar la mies una vez cortada sobre los cerros ya segados, siempre con la espiga orientada en una misma dirección, para que el segundo segador y el tercero depositaran sobre las del primero sus propias brazadas, acción conocida con el nombre de doblar, hasta formar un haz al que daría forma atándolo con una lía el “ataor”; por lo general algún joven que se iniciaba ese mismo año en la siega, cuidando de dejar el menor número posible de espigas por atar para facilitar el trabajo a los respigadores, por lo común mujeres o los miembros más jóvenes de la familia del propietario, que recorrían la finca una vez acarreado para recoger las espigas que pasaron por alto en las labores anteriores.
Las herramientas fundamentales para la siega fueron las hoces, y eran herramientas compuestas de una hoja acerada curva muy afilada para facilitar el corte de la mies, con uno de sus extremos aguzado donde se insertaba un mango de madera. Solían transportar las hoces enfundadas en una vaina de cuerda para evitar posibles cortes y melladuras en la herramienta.
Como elementos adicionales estaban: los dediles, unas fundas de cuero duro para proteger cada uno de los dedos de la mano opuesta a la hoz, y aunque en otras tierras fueron tres los dediles, dejando al descubierto el dedo anular y corazón, y en otras se usara la zoqueta, una madera ahuecada donde metían los dedos los segadores dejando el pulgar libre, en la nuestra fueron cinco, para cada uno de los dedos del segador.
La piedra de afilar, herramienta de gran utilidad pues de ella y sus cualidades dependía el afilado de la hoz, y en consecuencia, cortar mejor o peor la mies. Unas veces compradas y otras veces fabricadas por ellos mismos con alguna piedra de material adecuado encontrada en el campo, cada cierto tiempo paraban los segadores para afilar las hoces, produciendo también el roce de la piedra con el metal un sonido característico y propio de la siega.
Las lías, cuerdas de esparto trenzadas de algo más de un metro de longitud y rematadas en uno de sus extremos en un nudo, sobre el que el “ataor”, tras pasar la cuerda bajo el haz y tomar el extremo del nudo con la otra mano, giraba el extremo opuesto sobre el nudo formando una lanzada, y que una vez en la era facilitaría el desatado del haz tirando de uno de los extremos que formaban el nudo. Por ser el esparto seco poco flexible y quebradizo, solían dejar el manojo de lías en remojo durante toda la noche en el río Poveda, que hasta para eso tenía el río agua entonces.
La manta mulera, también de gran utilidad, pues lo mismo servía para sentarse a comer, para hacer una sombra y dormir la siesta, o para protegerse de la lluvia en una tormenta intempestiva.
El cántaro, vasija de barro para transportar líquidos de boca estrecha, el vientre abultado, el pie estrecho y una o dos asas en los que llevaban los segadores el agua y ocasionalmente el vino al campo. El puchero que solía acompañar al cántaro y del mismo material, servía para beber el contenido del cántaro tras efectuarle al puchero un orificio en el vientre y beber el vino o el agua a chorro.
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