Es un poco largo, pero más lo era el día de la juncia....., y lo aguantábamos.
Del cabezal de lomo del que hice los pinchitos el otro día, reservé los huesos (como sabéis de ahí se sacan las sabrosas chuletas de aguja) sobre los que le advertí a mi carnicero que no fuera roñoso y me los dejara con un poquito de carne: los mismos que congelé y que hoy me dispongo a cocinar con cuatro patatas. Mientras que me dispongo a ello y saboreo una copita de rioja, caigo en la cuenta de lo apañao que soy en esto de los costes de la comida: por diez tiranos euracos he jartao de pinchos a la familia, a los vecinos y a un cura de Mérida que me ha cogío el pan debajo del sobaco y, cada vez que güele a humo, el jodío se me cuela en casa para darle un recao sobre la catequesis a la cristiana que me soporta; bien, pues además, los huesos cortados en doce pequeños trocitos, he hecho unas patatas que me han salido chachi piruli.
AHÍ TIENES LA RECETA, esquivo Paco.
-Ahora, pelando cuatro patatas medianas, me ha dao por preguntarme qué hubiera sido de Europa si este tubérculo no hubiera sido introducido en ella - cómo no- por los conquistadores extremeños; quizá fuera Cieza de León (que ni leonés ni na, era de Llerena), el que primero hablase de la patata en sus eruditos tratados sobre la Conquista. Antes de que se plantase en los huertos de los hospitales sevillanos, la patata era apreciada sólo como objeto ornamental para las mesas de los escribanos dentonces; no fue sino hasta mediado el siglo XVI, hacia 1553, cuando el hambre, haciendo de la necesidad virtud, abocó a los pobres a comérselas con todas las consecuencias, y no se murió ninguno: así se inició el inconmensurable e inmortal reino alimenticio de la suculenta patata que tantas veces salvase a Europa, pero de verdad, no como ahora la quiere salvar la culona de la Merkel esa. Bueno, ya está pelado y cortado en trozos el kilo de papas.
-Echo un chato de aceite de oliva en esta olla de aluminio (todo lo vamos a hacer en ella) y ya jumeando le añado media cebolla y un ajo cortados a trocitos que se me doran en un santiamén; en seguida, añado un pimiento verde cortao a rodajitas (le voy a trocear también media guinda roja dulce, por el simple hecho de dar al sofrito un poquito de alegría macarena y arrancarle un “jajaja” a la Juani “ Guinda”), y al ratito vierto un tomate grande que antes había pasado por el rayador. Voy a echarme un traguito de rioja que no hay prisas que valgan: éstas son malas compañeras tanto en la cocina como en el catre. (Ahora por San Miguel es costumbre comenzar a quemar los rastrojos en Extremadura, ¡cuidao con esta faena!, hay que hacerla sin prisas y con cabeza, que todavía está el campo mu seco). Ya está hecho el sofrito.
-Vamos a añadir los doce trocitos de huesos y los vamos a rehogar con el sofrito hasta que la parte de la carne pierda su color…., siempre removiendo. Ahora, el mismo chato de antes lo lleno hasta la mitad de vino (¡Blanco, eh!, siempre blanco en las comidas, excepto para guisar piezas de caza) y se lo vierto encima al sofrito: ¡joder, qué olorcillo tan agradable se desprende de la cazuela!, vamos a celebrarlo con un traguito de rioja y un muerdo de queso de oveja queso (¿os acordáis cómo lo pregonaba aquel merchán de Campanario?: “ ¡A LA BUENA MIIIIEL…, queeso de oveja queeeeeso!”) En cinco minutos sin parar de darle vueltas, el guiso se ha desprendido del alcohol del vino y se ha guardado su sabor, qué bien huele. A continuación vertemos en la cazuela tres vasos grandes de agua –está claro: tres vasos son tres vasos-, equivalentes a tres cuartos de litro aproximadamente, y poniendo el fuego a tope lo hacemos hervir, y aluego bajamos al mínimo: que se aguanten ahí el tiempo que haga falta hasta que verifiquemos que la carne está blandita, suelen ser unos tres cuartos de hora. Tiempo que dedico a leer: “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos”, cómo me jode el pesimismo de mi admirado Sánchez Ferlosio.
(Otra vez me ha llamao el mismo hijodelagrandísimaputa -que diría Pascual “el Raro”- de Movistar ofreciéndome lo que ya “le he dicho mil veces que lo tengo ¡Coooño!”. Ahora, que está sonando en larradio la bella balada “Noche de Blanco Satén”, me acuerdo de otra Juani, aquella buenísima persona que era mi amiga Juani “la Minera” que la bailaba conmigo en el “Canario” -una chica seria, guapa, delgadísima, con una cintura de avispa así destrecha, con sus gafillas de pasta…., ¡qué arriscá!- ¿aónde estára la Juani ahora?, voy a brindar por ella. ¡Qué chuchú más bonito sale de la cazuela, oye! Y ahora dan el parte de las dos, “hasta los güevos me tienen las noticias con las elecciones catalanas”, me digo para mis adentros: qué jartera, por dios).
-Después de esos cuarenta y cinco minutos cociendo bajito, avivamos el fuego y añadimos el kilo de patatas cortadas (hay que mirar que el agua siempre cubra al pataterío), y veinte minutos después veo que se muestran blandas cuando las atravieso con el tenedor. Es el momento de sacar el almirez y echar un ajo cortao a trocitos, una ramita de perejil, dos cucharaditas como las de café de sal, unas hebras de azafrán y….. una patata que se extrae de la olla para espesar el machado: todo este majado –humedecido por un cucharón del propio caldo- lo vertemos en el guiso al que zarandeamos sin violencia. Con cinco minutos más de cocción, una vez que las regulemos de sal, las patatas están hechas.
Sansacabó, en una hora y cuarto, vaya guiso que me he mercao aquí solito: no se puede pedir más por diez euracos, las cosas como son. ¡El timbre!, dios quiera que no tengamos cura.
Que aproveche,
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