Los pobres obviamente no tenemos casi nada de dinero, pero llegada la hora de divertirnos solemos sustituirlo por imaginación. Allá por los años cincuenta casi nadie tenía un chavo, pero la gente común se las valía para celebrar una boda que, cuando menos, duraba tres días: Confesión, boda y tornaboda. Un día antes de la confesión, alguien (normalmente el padrino) compraba una borrega; digo borrega y no borrego porque su carne, y más si estaba preñada, era lo más barato y lo más apropiado para hacer ... (ver texto completo)