¿Cree usted que no tiene Extremadura cosas más bellas que fotografiar que un cartel en un puente por muy cierto que sea lo que diga el puente?
¿Acaso no es cierto que los gobiernos nos roban? ¿Todos los gobiernos?
Hoy se ha iniciado la marcha a Mérida por el cierre de los centros de urgencia de muchos pueblos de la zona.
La gente marchando por los caminos, reivindicando a TODOS LOS GOBERNANTES... TODOS, lo que por derecho les corresponde, eso sí que ha sido digno de fotografiar y así lo tengo ... (ver texto completo)
¿Acaso no es cierto que los gobiernos nos roban? ¿Todos los gobiernos?
Hoy se ha iniciado la marcha a Mérida por el cierre de los centros de urgencia de muchos pueblos de la zona.
La gente marchando por los caminos, reivindicando a TODOS LOS GOBERNANTES... TODOS, lo que por derecho les corresponde, eso sí que ha sido digno de fotografiar y así lo tengo ... (ver texto completo)
La política y la mentira
Las falsedades de muchos políticos son culpa tanto de ellos como de los ciudadanos que se las permiten
•
•
• enviar
• imprimir
• valorar
• añade a tu blog
• 0 Comentarios
JESUS López-Medel 12/09/2012
Son diversas las cualidades que podrían exigirse, aunque fuese en grado mínimo, a los políticos. Sin embargo, hay defectos o vicios que parecen muy asociados a quienes se dedican a la política a alto nivel. Uno de ellos es, sin duda y desgraciadamente, la mentira. Y eso es algo que parece que la sociedad en cierto modo tolera. Solo así se explica que los dirigentes políticos (aunque toda generalización puede ser injusta) sigan faltando a la verdad y que sepan que esto, la falta de credibilidad y confianza, no es penalizado por los ciudadanos. Por tanto, la falsedad de los políticos es tanto culpa de ellos como de la propia ciudadanía que lo admite.
Algo parecido sucede en los países latinos con la corrupción: apenas se penaliza electoralmente (ni penalmente). Hay múltiples ejemplos. Por solo mencionar dos recientes: la ausencia de castigo al PP en la Comunidad Valenciana, donde la corrupción se manifestaba a borbotones; o el caso muy actual en Andalucía, donde los vergonzosos ERE apenas castigaron al PSOE, que sigue gobernando. Y ello porque la sociedad --y eso es, a mi juicio, un criterio de inmadurez-- considera que es algo generalizado, inherente a la condición política, y no da gran valor al principio ético de la honradez.
XEXACTAMENTEx igual sucede cuando la ciudadanía admite como pauta de comportamiento de los políticos la falta de verdad como si fuese algo inevitable. Que un político diga una cosa y haga lo contrario parece cada vez más algo normal o tolerable. Y como el mentiroso sabe que esto no es castigado, sigue mintiendo. Eso es así en todos los lugares y colores, aunque, repito, acaso sea injusta la generalización. Pero ahora el cúmulo del engaño masivo lo ostenta el Gobierno central, que a raudales está haciendo en todos los campos lo más contrario a lo que prometía hace muy poco. Luego se buscarán justificaciones, también falsas: "Es lo único que podíamos hacer", "no teníamos libertad para tomar otras decisiones", "si actuásemos de otro modo cometeríamos prevaricación", etcétera. En definitiva, excusas que engordan la bola de nieve de la mentira.
Se puede juzgar a un político por múltiples razones: por su eficacia, por resolver problemas en lugar de crearlos, por su coherencia, por su coraje, por su sintonía con nuestros planteamientos ideológicos básicos o por muchos otros factores, incluso psicológicos. Pero también deberíamos introducir mucho más el elemento de la credibilidad como factor de elección.
Si se vuelve a votar a un dirigente que actúa como difusor de mentiras masivas, estamos legitimando su actuación y permitiéndole que en el futuro siga engañando impunemente. No nos quejemos entonces. Si, por el contrario, nos atrevemos a decirle que no le vamos a renovar nuestra confianza por sus múltiples engaños, le estamos dando una lección de madurez y diciéndole, como en el anuncio de un conocido establecimiento comercial: "Yo no soy tonto".
Porque cuando algunos políticos engañan de modo contumaz están menospreciando a la sociedad. Y cuando los ciudadanos admiten o toleran que les engañen abundantemente están revelando una falta de consideración a sí mismos muy grave. Y cuando esto es un comportamiento extendido, hay algo que no funciona bien en nuestra dignidad como personas ni como comunidad.
Se puede perdonar que un político se equivoque o tome decisiones erróneas, incluso que tenga alguna desviación respecto de sus promesas electorales. Admitamos unos márgenes. Pero cuando se instala ese comportamiento como algo constante, si lo consideramos como algo inevitable le estamos dando permiso o bula para que mienta aún más.
Hace años, en uno de los acontecimientos más trágicos de nuestra historia reciente, alguien dijo, sobre la gestión de aquel hecho, con énfasis y acierto: "Los españoles no nos merecemos un Gobierno que nos mienta". En aquel momento fue un aldabonazo que hizo variar votos y cambiar el resultado predecible de unas elecciones. Hoy ese dirigente, aunque siga en primera línea, está amortizado y no está en condiciones de legitimidad de decir eso mismo. Pero alguien --mucho mejor en plural-- debe tener una mínima autoridad moral y valentía para decirles que dejen ya de mentir. Pocas voces de intelectuales comprometidos con una ética pública resuenan. Pero los ciudadanos anónimos deben ir concienciándose y extendiendo a otros que en ningún caso y en modo alguno, aunque sean de los nuestros, puede tolerarse tanta mentira.
Hay que expresarles: "Dígannos la verdad, adminístrenla si quieren, no nos digan todo lo real; pero, por favor, no hace falta que de modo constante nos engañen". Solo si reaccionamos con firmeza y claridad frente a la mentira compulsiva y masiva cambiarán nuestros políticos. En otro caso, no nos quejemos de que sigan haciéndolo y se rían, con razón, de nosotros. En tal supuesto, acaso es que si estuviéramos en su lugar también mentiríamos como ellos. Quizá por eso somos tan tolerantes. Yo, desde luego, no lo comparto, porque no soy ni quiero que ellos me consideren un tonto. ... (ver texto completo)
Las falsedades de muchos políticos son culpa tanto de ellos como de los ciudadanos que se las permiten
•
•
• enviar
• imprimir
• valorar
• añade a tu blog
• 0 Comentarios
JESUS López-Medel 12/09/2012
Son diversas las cualidades que podrían exigirse, aunque fuese en grado mínimo, a los políticos. Sin embargo, hay defectos o vicios que parecen muy asociados a quienes se dedican a la política a alto nivel. Uno de ellos es, sin duda y desgraciadamente, la mentira. Y eso es algo que parece que la sociedad en cierto modo tolera. Solo así se explica que los dirigentes políticos (aunque toda generalización puede ser injusta) sigan faltando a la verdad y que sepan que esto, la falta de credibilidad y confianza, no es penalizado por los ciudadanos. Por tanto, la falsedad de los políticos es tanto culpa de ellos como de la propia ciudadanía que lo admite.
Algo parecido sucede en los países latinos con la corrupción: apenas se penaliza electoralmente (ni penalmente). Hay múltiples ejemplos. Por solo mencionar dos recientes: la ausencia de castigo al PP en la Comunidad Valenciana, donde la corrupción se manifestaba a borbotones; o el caso muy actual en Andalucía, donde los vergonzosos ERE apenas castigaron al PSOE, que sigue gobernando. Y ello porque la sociedad --y eso es, a mi juicio, un criterio de inmadurez-- considera que es algo generalizado, inherente a la condición política, y no da gran valor al principio ético de la honradez.
XEXACTAMENTEx igual sucede cuando la ciudadanía admite como pauta de comportamiento de los políticos la falta de verdad como si fuese algo inevitable. Que un político diga una cosa y haga lo contrario parece cada vez más algo normal o tolerable. Y como el mentiroso sabe que esto no es castigado, sigue mintiendo. Eso es así en todos los lugares y colores, aunque, repito, acaso sea injusta la generalización. Pero ahora el cúmulo del engaño masivo lo ostenta el Gobierno central, que a raudales está haciendo en todos los campos lo más contrario a lo que prometía hace muy poco. Luego se buscarán justificaciones, también falsas: "Es lo único que podíamos hacer", "no teníamos libertad para tomar otras decisiones", "si actuásemos de otro modo cometeríamos prevaricación", etcétera. En definitiva, excusas que engordan la bola de nieve de la mentira.
Se puede juzgar a un político por múltiples razones: por su eficacia, por resolver problemas en lugar de crearlos, por su coherencia, por su coraje, por su sintonía con nuestros planteamientos ideológicos básicos o por muchos otros factores, incluso psicológicos. Pero también deberíamos introducir mucho más el elemento de la credibilidad como factor de elección.
Si se vuelve a votar a un dirigente que actúa como difusor de mentiras masivas, estamos legitimando su actuación y permitiéndole que en el futuro siga engañando impunemente. No nos quejemos entonces. Si, por el contrario, nos atrevemos a decirle que no le vamos a renovar nuestra confianza por sus múltiples engaños, le estamos dando una lección de madurez y diciéndole, como en el anuncio de un conocido establecimiento comercial: "Yo no soy tonto".
Porque cuando algunos políticos engañan de modo contumaz están menospreciando a la sociedad. Y cuando los ciudadanos admiten o toleran que les engañen abundantemente están revelando una falta de consideración a sí mismos muy grave. Y cuando esto es un comportamiento extendido, hay algo que no funciona bien en nuestra dignidad como personas ni como comunidad.
Se puede perdonar que un político se equivoque o tome decisiones erróneas, incluso que tenga alguna desviación respecto de sus promesas electorales. Admitamos unos márgenes. Pero cuando se instala ese comportamiento como algo constante, si lo consideramos como algo inevitable le estamos dando permiso o bula para que mienta aún más.
Hace años, en uno de los acontecimientos más trágicos de nuestra historia reciente, alguien dijo, sobre la gestión de aquel hecho, con énfasis y acierto: "Los españoles no nos merecemos un Gobierno que nos mienta". En aquel momento fue un aldabonazo que hizo variar votos y cambiar el resultado predecible de unas elecciones. Hoy ese dirigente, aunque siga en primera línea, está amortizado y no está en condiciones de legitimidad de decir eso mismo. Pero alguien --mucho mejor en plural-- debe tener una mínima autoridad moral y valentía para decirles que dejen ya de mentir. Pocas voces de intelectuales comprometidos con una ética pública resuenan. Pero los ciudadanos anónimos deben ir concienciándose y extendiendo a otros que en ningún caso y en modo alguno, aunque sean de los nuestros, puede tolerarse tanta mentira.
Hay que expresarles: "Dígannos la verdad, adminístrenla si quieren, no nos digan todo lo real; pero, por favor, no hace falta que de modo constante nos engañen". Solo si reaccionamos con firmeza y claridad frente a la mentira compulsiva y masiva cambiarán nuestros políticos. En otro caso, no nos quejemos de que sigan haciéndolo y se rían, con razón, de nosotros. En tal supuesto, acaso es que si estuviéramos en su lugar también mentiríamos como ellos. Quizá por eso somos tan tolerantes. Yo, desde luego, no lo comparto, porque no soy ni quiero que ellos me consideren un tonto. ... (ver texto completo)