Yo no creo en los sistemas políticos ni en los políticos que se creen legitimados para atentar, por mor de sus ideas, contra lo más sagrado de la dignidad humana. El mundo está configurado de esta manera, y cuanto más lo conozco mayor es mi desencanto y mis ganas de alejarme del mismo. Dicen que la soledad es dañina, pero en la soledad, y doy fe de ello, no se conoce ni la traición ni la injusticia. Jesús de Nazareth, mi maestro, mi luz y mi guía, me enseñó a desenvolverme lejos del mundo y bajo su inspiración aprendí que habría que abrir las puertas de las cárceles de los presos por la injusticia: “El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías…” (Is 58, 6).
Leo una denuncia de tiempos añejos, y veo que se invoca el nombre de Dios para dar mayor respaldo y entidad a la misma (“Dios guarde a V. muchos años para bien de España y su Revolución Nacional Sindicalista”). ¿Desde cuándo toda una vida estudiando y reverenciando los textos sagrados me conducen a la certeza de que Dios ha de ser un apoyo y un arma en un sistema político que contempla en sus postulados la acepción de personas; desde cuándo las palabras de un hombre que, sentado en la hierba, alimentaba a las multitudes antes de que desfallecieran, habrían de servir para decir a ti sí y a ti no; no son esas palabras lluvia que desciende por igual sobre justos e injustos; aunque sea duro y doloroso perdonar, no me enseñó Jesús que el camino que marcan sus pasos es el camino del perdón; cómo osa, pues, una sentencia que niega todo perdón e ignora las circunstancias atenuantes, invocar todavía el nombre de Dios?
No represento a ninguna Iglesia, pero por fervor y convencimiento personal me siento autorizado para pedir perdón a las familias de don Feliciano Alcaide y don Alfonso de la Morena por lo que debe suponer ver empleado el nombre de Dios en un documento donde apesta una injusticia fratricida. No son las palabras del hombre que, sentado en la hierba, arengaba a las multitudes las que trajeron la injusticia que afligió las vidas de unas personas inocentes de toda culpa. En una injusticia siempre hay víctimas y culpables. En esta historia ha quedado sobradamente demostrado quiénes son las víctimas... Sólo me queda invocar ahora el nombre de Dios para que el perdón alcance a los culpables. Si la política busca el beneficio y la concordia entre las personas, en esta historia permítaseme ser egoísta y alejarme del mundo. Si en un papel pone que las cosas han de ser así y luego resultan ser de otra manera, allí reina la mentira, y la mentira es el mayor mal que asola a este mundo.
Por sentimiento a mi amigo Feliciano Moya, porque a través de sus palabras he sabido la angustia de buscar a un ser querido en una fosa común, porque el acto de entrega de los restos de las víctimas han de tener lugar en el Ateneo de Madrid, donde encontré tantos libros como soledad, lugar querido de tardes lluviosas y de tintas derramadas, de maderas pulidas y suelos que crujían por un pasado glorioso de cultura y sueños que se cumplieron y sueños que se quedaron en el camino... Allí la esencia de lo que fui y soy viajará con el pensamiento para rendir mi homenaje a las víctimas y a la amistad que tanto tiempo mi alma ha soñado y alentado.
Mi gratitud emocionada, porque después de todo, y gracias a Dios, las injusticias acaban por morder el polvo del fracaso.
El jardinero de las nubes.
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