La conciencia me exige reparar una injusticia que cometí hace más de año y medio, fiándome de mi memoria. Entonces la atribuí a cierto señor de Aldea la autoría de un escrito que en su momento me hizo auténtico daño. Revisando recientemente mis archivos, he dado con el escrito en cuestión y he visto que pertenecía a otro autor.
Me permito reproducir el párrafo que hace muchos años me impactó de mala manera:
"... Otros pasan por la vida callados, de puntillas, sin hacer ruido, tratando de evitar ser molestos, pero también sin aportar algo positivo a la vida comunal. Son esos seres grises a los que hay que mirar reiteradamente para percatarnos de que están en nuestra presencia. Se diría que son casi transparentes, que no dan sombra. Y, con seguridad, no hacen historia, aunque están ahí, han nacido, viven, se reproducen y mueren. Cuando son las fiestas, tal vez se atrevan a ponerse su traje más nuevo, a salir a la Plaza, comprarse un helado y oír la música, incluso salen a ver la procesión y se asombran de los cohetes de cada año. Entonces, el resto de los vecinos, se da cuenta de que existen, que no han emigrado o que todavía no se han muerto" (sic).
Por aquellos años, con la lectura de este texto deduje que sólo el enfermo tiene la culpa de su enfermedad. Entonces Internet era un mero experimento, y los tímidos, entre los que me incluyo, no lo tenían fácil para participar en la vida aldeana. Ahora, gracias a Internet, la sombra se ha llenado de luz.
Afortunadamente, el mismo autor dejó escrita una receta de vida en su párrafo final, que ha borrado de mi alma todo anterior resentimiento hacia su escritura:
"La vida, con sus cosas buenas o malas, merece vivirse con intensidad, procurando dar lo que se tiene, aquello de lo que se está dotado, para contribuir, en poco o en mucho, a hacer historia. Los pueblos, para bien o para mal, son movidos por las personas. Procuremos siempre que los pasos que se dan sean firmes, recios y bien sentados, para que el futuro de nuestra comunidad sea un poco mejor. Sólo así nuestra vida y la historia que dejemos tendrá sentido" (sic).
En resumen, quiero pedir perdón públicamente a aquel señor al que le atribuí la autoría de los citados párrafos. Cargué las tintas en su contra sin motivo, y ahora, con las pruebas que he presentado, considero el escrito que le dediqué como inexistente. Perdóneme, señor. Me fiaba de las excelencias de mi memoria, y me he dado cuenta de que la misma es tan imperfecta como mi propia persona.
El jardinero de las nubes.
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